Escupamos sobre los suplementos culturales

Hace unos meses, descubrí cómo «El Cultural», uno de los suplementos culturales más jóvenes del mercado y con dos mujeres en los lugares de mayor poder y peso (la dirección y en la sección literaria) camuflaba una supuesta mayor atención a la creación femenina tras distintos subterfugios cosméticos. La creación literaria sigue siendo terreno vedado a las mujeres españolas, pues la crítica se niega a visibilizar sus obras y al hacerlo niega su calidad y credibilidad. Comparto aquí las conclusiones de mi observación, que puede ser consultada enteramente AQUÍ.

Como hemos visto en el análisis de los datos, el «El Cultural» no acierta a la hora de reconocer el talento y la pertinencia de la creación literaria de las autoras españolas, ni siquiera en un momento de especial apertura de todo el campo social y político a la visibilización de lo femenino y lo feminista. Esta postergación y expulsión no afecta solo a las narradoras, sino también a las críticas, relegadas a un número ínfimo y a unas categorías predeterminadas de novedades editoriales que no alcanzan los espacios de la máxima reputación en la revista. Recurrir a las autoras extranjeras como vía para añadir un mayor porcentaje de autoría femenina al total reseñado puede ser una expresión más del sesgo misógino y elitista del androcentrismo o un reflejo de la manera de operar de las propias editoriales, estas sí interesadas en conectar con un público femenino pero dispuestas a hacerlo a través de traducciones de autoras que han triunfado ya fuera de nuestras fronteras y a las que se le supone el prestigio de lo extranjero.

Nos encontramos, pues, con una revista cultural que no parece preocupada por su propia permeabilidad al cambio social y las mutaciones que habrá de llevar a cabo para seguir en contacto con una masa lectora suficiente y renovable. Esta decisión editorial no solo puede tener carácter puramente ideológico y formar parte de la identidad de marca de «El Cultural», sino que encuentra un definitivo refuerzo en las particularidades del sostenimiento mismo de la revista, dependiente de sus tres grandes patrocinadores (Telefónica, Banco Santander, La Caixa). Estos encuentran en su asociación con «El Cultural» una ligazón con la alta cultura, el canon tradicional más rancio y el universo de los grandes genios que pueden hablarse de igual a igual con los grandes actores del sistema económico y financiero. Aquí se revela expresivamente el miedo a que la presencia de lo femenino degrade la percepción de «El Cultural» ante sus sostenedores, en línea con el prejuicio que adjudica automáticamente a lo femenino los valores negativos de los fenómenos (Freixas, 2009: 79- 81). En esta hipótesis, la minusvaloración de la obra de las autoras españolas por parte de «El Cultural» sería, sobre todo, una cuestión de supervivencia de la propia publicación.

¿Cómo interpretar, entonces, el alineamiento general de las autoras españolas favorecidas por «El Cultural» y por la industria editorial en contra de las cuotas? La percepción general entre las autoras es la de que cualquier herramienta que favorezca la entrada de mujeres al mercado editorial puede menoscabar su propio talento. Vemos cómo existe una defensa de la propia posición, en vez de un reconocimiento de las dificultades que enfrentan sus colegas y herederas. Siguiendo a Simone de Beauvoir, podemos hablar incluso de cierta pretensión de elitismo y hasta de obturación: “La cultura no ha sido jamás sino patrimonio de una élite femenina, no de la masa; y es de la masa de donde han surgido con frecuencia los genios masculinos; las mismas privilegiadas encontraban a su alrededor obstáculos que les cerraban el paso a las grandes cimas. Nada podía detener el vuelo de una Santa Teresa, de una Catalina de Rusia; pero mil circunstancias se concitaban contra la mujer escritora” (1975: 180).

Parece claro que la facilitación de la entrada de un mayor número de mujeres en el mercado editorial pone en peligro a las que ya están instaladas en él y no solo a los hombres que tuvieran que ceder sus posiciones. Los efectos de las cuotas en las instituciones educativas y políticas son fulminantes a la hora de visibilizar realmente el talento disponible (Russ, 2005: 10). Pero, además de permitir que el talento femenino se abra paso sin tantos obstáculos, despoja de la categoría de excepcional a las que han llegado por unas razones o por otras, aumenta el número de mujeres escritoras visibles y dificulta la invisibilización de las mismas en el relato histórico. “When the memory of one’s predecessors is buried, the assumption persists that there were none and each generation of women believes itself to be faced with the burden of doing everything for the first time. And if no one ever did it before, if no woman was ever that socially sacred creature, “a great writer”, why do we think we can succeed now? The specter of “If women can, why haven’t they?” is as potent as it was in Margaret Cavendish’s time” (Russ, 2005: 93).

Este fenómeno de la acumulación numérica de casos, lo estamos viendo ahora mismo en la denuncia masiva de abusos sexuales en Hollywood, Westminster o el Parlamento Europeo, resulta central. La renuncia a la excepcionalidad de la autoría, la impugnación de un punto de vista crítico masculinizado (Segura, 2001: 21) y la apertura a experimentar la lectura como experiencia relacional y política aparecen como condición necesaria para derruir el principio de inferioridad y exclusión de las mujeres (Bourdieu, 2000: 59). Se trata de un movimiento decisivo en este momento definido ya como de “rearme patriarcal”, en el que parece que solo a fuerza de un estratégico agrupamiento numérico se puede contrarrestar el silenciamiento que imponen tanto los “varones moderados” que promulgan el espejismo de la igualdad como los “bárbaros del patriarcado” (Cobo Bedia, 2011: 13-23). Lo que está en juego es la primacía de la masculinidad frente a todo lo demás. “La violencia de algunas reacciones emocionales contra la entrada de las mujeres en tal o cual profesión se entiende si sabemos que las propias posiciones sociales están sexuadas, y son sexuantes, y que, al defender sus puestos contra la feminización, lo que los hombres pretenden proteger es su idea más profunda de sí mismos en cuanto que hombres” (Bourdieu, 2000: 117). Carla Lonzi lo expresó desde la posición femenina tres décadas antes: “La obra de arte no quiere perder la seguridad de un mito que se fundamenta en nuestro papel exclusivamente receptivo” (1972: 132).

¿Qué podemos hacer las mujeres, lectoras, escritoras, ante la pertinacia de estos reductos androcéntricos que, sostenidos fundamentalmente por el sistema económico-político patriarcal neoliberal, se arrogan el privilegio de conceder el prestigio y sus consiguientes réditos materiales y simbólicos? Con Carla Lonzi, proponemos que este es el momento idóneo para abandonarlos a su suerte. ¿Para qué desgastarse tratando de entrar en el territorio de la alta cultura que defienden este tipo de publicaciones, cuando tal distinción hace tiempo que fue abolida por la irrupción de las redes? La idea de desestabilizar el orden establecido mediante una asunción del híbrido laboratorio popular que impulsa cultura de masas resulta especialmente sugerente en el campo de la escritura femenina (Catelli, 2011: 29). La paridad como indulgencia del varón no tiene porqué bastarnos (Lonzi, 1972: 132).

Participar en las exaltaciones de la creatividad masculina significa doblegarse ante la lisonja histórica de nuestra colonización, en su episodio culminante según la estrategia del mundo patriarcal. El culto de la supremacía varonil se convierte, cuando le falta la mujer, en colisión entre facciones de varones. Ausentándonos de los momentos exaltadores de las manifestaciones creativas masculinas, nosotras no formulamos un juicio ideológico sobre la creatividad, ni la refutamos pero, al negarnos a acogerla, ponemos en crisis el concepto de que el beneficio del arte sea una gracia que se pueda suministrar. No creemos que una liberación de reflejo pueda servir para sacar a la creatividad de su entramado patriarcal. Con su ausencia la mujer logra un gesto de toma de conciencia, liberador y por lo tanto creador. (Lonzi, 1972: 132-133)

La exhortación de Lonzi, pese a lo revolucionaria que pueda resultarnos, en realidad se lee hoy no solo como una estrategia política sino como una escapatoria al derrumbe del sistema tradicional de circulación de la cultura y de asignación del prestigio. Las redes y la irrupción de las tecnologías digitales dinamitan las posiciones autor, lector y crítico, en una atomización de plataformas, blogs, editoriales y softwares de autoedición que ya no sostienen la elitista distinción destinada al escritor-genio y al editor genial. Es lo que Stefan Bollman llama un “desplazamiento tectónico en el sistema literario” (2013, 632): los suplementos culturales y demás instituciones mediáticas relacionadas con la antigua industria del papel no logran ya capturar a los lectores, sino que estos se mueven libremente en la red. Habrá quien lea este terremoto como una falla que aboca a la literatura a una merma en el estándar de calidad negociado por unos pocos para otros tantos, pero es innegable que supone una oportunidad para que la escritura de las mujeres pueda exponerse y ser valorada sin sesgos.

¿Qué sucedería si las pocas mujeres que hoy acceden a ser objeto de critica y criticar en «El Cultural» renunciaran a tal indulgencia? ¿Qué pasaría si las lectoras ya no lo leyéramos? ¿Visibilizaríamos por fin claramente que la clamorosa ausencia de mujeres en un espacio no supone ya un indicio de calidad, sino un síntoma de irrelevancia, desactualización y muerte?

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