Etiquetado: Periodismo

Una investigación sobre otras estéticas para el periodismo

Como proyecto final de un curso de Clacso, «Periodismo y crítica cultural entre la cool-tura pop y la militancia popular», me propuse hablar de la estetización de la cultura pop mediante un vídeo-ensayo hasta que me di de bruces con la realidad de mi inoperancia tecnológica. En ese proceso de tener algo que decir pero no cómo, pues desde el mismo curso estuvimos seis meses constatando la desconexión de las formas estéticas tradicionales del periodismo con las audiencias (así que no podía limitarme a escribir un texto), decidí usar una herramienta absolutamente popular, las presentaciones en diapositivas de toda la vida, y valerme de contenidos que ya estuvieran en la red. El tutor del curso decidió que era un mix entre periodismo Frankenstein y periodismo DJ y añado yo que de aprovechamiento (aprovechategui) de lo que ya ha sido dicho. Hay tanta gente diciendo cosas interesantes por todas partes y tan poco construyendo unidades de sentido con todo lo dicho… Ante la fragmentación brutal de los mensajes, la tarea filosófica de narrarlas en una totalidad de sentido. Este es un destino que me gusta para un periodismo con futuro. Como no se pueden subir presentaciones con vídeos a WordPress, descompongo la presentación en dispositivas.







En la década de los 90, la cultura pop comenzó a poner en práctica su agenda oculta: la estandarización de la sensibilidad y los deseos a través del consumo de una única estética, la barbificación.




La ideología del glamour adosada a tal estética, lejos de dirimirse en las elecciones y los parlamentos, se promulga en las pasarelas. El modelo de consumo que la industria de la moda construye durante la década se convierte en pocos años en el modus operandi de toda una civilización.




Tras el cambio de siglo, la moda se convierte definitivamente en el modelo corporativo ideal del neoliberalismo: una industria que funciona sin apenas controles y totalmente deslocalizada, como un circuito cerrado monopolizado por unas pocas compañías y con un mercado prácticamente cautivo gracias a los medios de comunicación y la cultura pop.




Además de servir de laboratorio de vanguardia para los nuevos negocios globales, la moda se dedicó a fabricar, a gran escala, su mercado: individuos centrados en una imperiosa necesidad de belleza, juventud y erotismo. Gracias al impulso globalizador de las redes sociales, la factoría mediática global logró que todo Occidente se pusiera las gafas del glamour. Hoy, todo lo que llegue a nuestro sensorio, no solo nosotros mismos, tiene que ser bello y sexy. Y sobre todo ellas: el objeto sujeto.




Pasamos de convertir la moda y sus circunstancias en contenido de la cultura pop…

…a consumir una cultura pop producida totalmente por o desde la industria de la moda.




 




Gilles Lipovetsky y Jean Serroy llaman a este fenómeno “la estetización del mundo”: “Una vida volcada sobre el placer de los sentidos y las imágenes, los goces de la música y la naturaleza, las sensaciones del cuerpo, el juego de las apariencias, la frivolidad de la moda, los viajes y los juegos, la multiplicación de las experiencias sensitivas”.







 




El escritor británico George Orwell describió este fenómeno en su novela “1884”: lo llamó la neolengua y la caracterizó como una herramienta del fascismo.




Otra característica de la neolengua filofascista que describe Orwell es el doble pensar: sostener dos opiniones contrarias, contradictorias, simultáneamente.




 




 




La inhumanidad es selectiva















“El Congreso”, basada en la novela de Stanislaw Lem “Congreso de Futurología” (1971).













Cuando dormimos, salen los monstruos




 

 

Escupamos sobre los suplementos culturales

Hace unos meses, descubrí cómo «El Cultural», uno de los suplementos culturales más jóvenes del mercado y con dos mujeres en los lugares de mayor poder y peso (la dirección y en la sección literaria) camuflaba una supuesta mayor atención a la creación femenina tras distintos subterfugios cosméticos. La creación literaria sigue siendo terreno vedado a las mujeres españolas, pues la crítica se niega a visibilizar sus obras y al hacerlo niega su calidad y credibilidad. Comparto aquí las conclusiones de mi observación, que puede ser consultada enteramente AQUÍ.

Como hemos visto en el análisis de los datos, el «El Cultural» no acierta a la hora de reconocer el talento y la pertinencia de la creación literaria de las autoras españolas, ni siquiera en un momento de especial apertura de todo el campo social y político a la visibilización de lo femenino y lo feminista. Esta postergación y expulsión no afecta solo a las narradoras, sino también a las críticas, relegadas a un número ínfimo y a unas categorías predeterminadas de novedades editoriales que no alcanzan los espacios de la máxima reputación en la revista. Recurrir a las autoras extranjeras como vía para añadir un mayor porcentaje de autoría femenina al total reseñado puede ser una expresión más del sesgo misógino y elitista del androcentrismo o un reflejo de la manera de operar de las propias editoriales, estas sí interesadas en conectar con un público femenino pero dispuestas a hacerlo a través de traducciones de autoras que han triunfado ya fuera de nuestras fronteras y a las que se le supone el prestigio de lo extranjero.

Nos encontramos, pues, con una revista cultural que no parece preocupada por su propia permeabilidad al cambio social y las mutaciones que habrá de llevar a cabo para seguir en contacto con una masa lectora suficiente y renovable. Esta decisión editorial no solo puede tener carácter puramente ideológico y formar parte de la identidad de marca de «El Cultural», sino que encuentra un definitivo refuerzo en las particularidades del sostenimiento mismo de la revista, dependiente de sus tres grandes patrocinadores (Telefónica, Banco Santander, La Caixa). Estos encuentran en su asociación con «El Cultural» una ligazón con la alta cultura, el canon tradicional más rancio y el universo de los grandes genios que pueden hablarse de igual a igual con los grandes actores del sistema económico y financiero. Aquí se revela expresivamente el miedo a que la presencia de lo femenino degrade la percepción de «El Cultural» ante sus sostenedores, en línea con el prejuicio que adjudica automáticamente a lo femenino los valores negativos de los fenómenos (Freixas, 2009: 79- 81). En esta hipótesis, la minusvaloración de la obra de las autoras españolas por parte de «El Cultural» sería, sobre todo, una cuestión de supervivencia de la propia publicación.

¿Cómo interpretar, entonces, el alineamiento general de las autoras españolas favorecidas por «El Cultural» y por la industria editorial en contra de las cuotas? La percepción general entre las autoras es la de que cualquier herramienta que favorezca la entrada de mujeres al mercado editorial puede menoscabar su propio talento. Vemos cómo existe una defensa de la propia posición, en vez de un reconocimiento de las dificultades que enfrentan sus colegas y herederas. Siguiendo a Simone de Beauvoir, podemos hablar incluso de cierta pretensión de elitismo y hasta de obturación: “La cultura no ha sido jamás sino patrimonio de una élite femenina, no de la masa; y es de la masa de donde han surgido con frecuencia los genios masculinos; las mismas privilegiadas encontraban a su alrededor obstáculos que les cerraban el paso a las grandes cimas. Nada podía detener el vuelo de una Santa Teresa, de una Catalina de Rusia; pero mil circunstancias se concitaban contra la mujer escritora” (1975: 180).

Parece claro que la facilitación de la entrada de un mayor número de mujeres en el mercado editorial pone en peligro a las que ya están instaladas en él y no solo a los hombres que tuvieran que ceder sus posiciones. Los efectos de las cuotas en las instituciones educativas y políticas son fulminantes a la hora de visibilizar realmente el talento disponible (Russ, 2005: 10). Pero, además de permitir que el talento femenino se abra paso sin tantos obstáculos, despoja de la categoría de excepcional a las que han llegado por unas razones o por otras, aumenta el número de mujeres escritoras visibles y dificulta la invisibilización de las mismas en el relato histórico. “When the memory of one’s predecessors is buried, the assumption persists that there were none and each generation of women believes itself to be faced with the burden of doing everything for the first time. And if no one ever did it before, if no woman was ever that socially sacred creature, “a great writer”, why do we think we can succeed now? The specter of “If women can, why haven’t they?” is as potent as it was in Margaret Cavendish’s time” (Russ, 2005: 93).

Este fenómeno de la acumulación numérica de casos, lo estamos viendo ahora mismo en la denuncia masiva de abusos sexuales en Hollywood, Westminster o el Parlamento Europeo, resulta central. La renuncia a la excepcionalidad de la autoría, la impugnación de un punto de vista crítico masculinizado (Segura, 2001: 21) y la apertura a experimentar la lectura como experiencia relacional y política aparecen como condición necesaria para derruir el principio de inferioridad y exclusión de las mujeres (Bourdieu, 2000: 59). Se trata de un movimiento decisivo en este momento definido ya como de “rearme patriarcal”, en el que parece que solo a fuerza de un estratégico agrupamiento numérico se puede contrarrestar el silenciamiento que imponen tanto los “varones moderados” que promulgan el espejismo de la igualdad como los “bárbaros del patriarcado” (Cobo Bedia, 2011: 13-23). Lo que está en juego es la primacía de la masculinidad frente a todo lo demás. “La violencia de algunas reacciones emocionales contra la entrada de las mujeres en tal o cual profesión se entiende si sabemos que las propias posiciones sociales están sexuadas, y son sexuantes, y que, al defender sus puestos contra la feminización, lo que los hombres pretenden proteger es su idea más profunda de sí mismos en cuanto que hombres” (Bourdieu, 2000: 117). Carla Lonzi lo expresó desde la posición femenina tres décadas antes: “La obra de arte no quiere perder la seguridad de un mito que se fundamenta en nuestro papel exclusivamente receptivo” (1972: 132).

¿Qué podemos hacer las mujeres, lectoras, escritoras, ante la pertinacia de estos reductos androcéntricos que, sostenidos fundamentalmente por el sistema económico-político patriarcal neoliberal, se arrogan el privilegio de conceder el prestigio y sus consiguientes réditos materiales y simbólicos? Con Carla Lonzi, proponemos que este es el momento idóneo para abandonarlos a su suerte. ¿Para qué desgastarse tratando de entrar en el territorio de la alta cultura que defienden este tipo de publicaciones, cuando tal distinción hace tiempo que fue abolida por la irrupción de las redes? La idea de desestabilizar el orden establecido mediante una asunción del híbrido laboratorio popular que impulsa cultura de masas resulta especialmente sugerente en el campo de la escritura femenina (Catelli, 2011: 29). La paridad como indulgencia del varón no tiene porqué bastarnos (Lonzi, 1972: 132).

Participar en las exaltaciones de la creatividad masculina significa doblegarse ante la lisonja histórica de nuestra colonización, en su episodio culminante según la estrategia del mundo patriarcal. El culto de la supremacía varonil se convierte, cuando le falta la mujer, en colisión entre facciones de varones. Ausentándonos de los momentos exaltadores de las manifestaciones creativas masculinas, nosotras no formulamos un juicio ideológico sobre la creatividad, ni la refutamos pero, al negarnos a acogerla, ponemos en crisis el concepto de que el beneficio del arte sea una gracia que se pueda suministrar. No creemos que una liberación de reflejo pueda servir para sacar a la creatividad de su entramado patriarcal. Con su ausencia la mujer logra un gesto de toma de conciencia, liberador y por lo tanto creador. (Lonzi, 1972: 132-133)

La exhortación de Lonzi, pese a lo revolucionaria que pueda resultarnos, en realidad se lee hoy no solo como una estrategia política sino como una escapatoria al derrumbe del sistema tradicional de circulación de la cultura y de asignación del prestigio. Las redes y la irrupción de las tecnologías digitales dinamitan las posiciones autor, lector y crítico, en una atomización de plataformas, blogs, editoriales y softwares de autoedición que ya no sostienen la elitista distinción destinada al escritor-genio y al editor genial. Es lo que Stefan Bollman llama un “desplazamiento tectónico en el sistema literario” (2013, 632): los suplementos culturales y demás instituciones mediáticas relacionadas con la antigua industria del papel no logran ya capturar a los lectores, sino que estos se mueven libremente en la red. Habrá quien lea este terremoto como una falla que aboca a la literatura a una merma en el estándar de calidad negociado por unos pocos para otros tantos, pero es innegable que supone una oportunidad para que la escritura de las mujeres pueda exponerse y ser valorada sin sesgos.

¿Qué sucedería si las pocas mujeres que hoy acceden a ser objeto de critica y criticar en «El Cultural» renunciaran a tal indulgencia? ¿Qué pasaría si las lectoras ya no lo leyéramos? ¿Visibilizaríamos por fin claramente que la clamorosa ausencia de mujeres en un espacio no supone ya un indicio de calidad, sino un síntoma de irrelevancia, desactualización y muerte?

El Periodismo es Mujer (robo filosófico-estético)

A veces las cosas hacen click y no hay más: el sentido se produce sin más retruécanos. Hoy me ha sucedido justo eso, una especie de minideslumbramiento producida por el ajuste inesperado de dos vídeos aparentemente en las antípodas y del que se deduce (y esa es mi única contribución) lo que digo: si The Future es Female, El Periodismo es Mujer. Vamos, lo que yo llamo mujer que es la sujeta subalternizada de toda la vida, sea cual sea su configuración biológica, pero definitivamente alejada del poder: pobres, racializadas, desidentificadas, habitantes de los límites. Me da mucha pena que se pierda mujer como herramienta filosófica y política vindicativa, más que nada por la hermenéutica que posibilita, pero el concepto es inservible si las mujeres blancas y burguesas no lo desocupamos para que logre acoger a las identidades oprimidas, también, por nosotras.

Creo que este vídeo que adjunto a continuación tendría que ser visto en todas las facultades e institutos. Lo que Cristina Fallarás nos regala es un relato de sentido que se nos ha hurtado y que ya no puede quedar por más tiempo en el armario: la manga ancha que la ciudadanía española demuestra a la hora de votar tiene origen en un relato de lo democrático fraguado, sobre todo, en Prisa, y que viene a convencernos de que cualquier pacto es válido con tal de progresar. Tal es el relato operacional que se instaló en la Transición y que continúa dando sus frutos hoy. Conviene ver el vídeo: Cristina lo explica con una pasión, un convencimiento y unas razones emocionantes.

Pero, antes de ver el vídeo, quisiera pediros que os fijarais también en la ponencia de Olga Rodríguez: de nuevo, cargada de pasión y de razones para denunciar el poco respeto que los periodistas le profesamos al mandato constitucional que protege nuestra profesión. Su impugnación del «periodismo equidistante» y del periodismo de declaraciones es un clamor que nadie se atreve a romper. ¡Brava! Como en el caso de Cristina, no hay por dónde cuestionar su narración, aunque yo sigo encontrándole mucha miga a la forma de su exposición. En ellas percibo yo una búsqueda de sentido a lo grande, totalmente desvinculada del ego, asentada en la experiencia personal pero elevada a la categoría de asunto público, sin retóricas de refuerzo de la propia valía. En suma, una notable ausencia del yoyoísmo habitual en estas performances que sí leo en las intervenciones de los dos periodistas, Fernando Berlín y Pere Rusiñol (ex redactor jefe de El País). ¿Percibís el impulso personalista o son imaginaciones mías?

¿De dónde viene esa pasión, esa rabia por la expulsión que infringen hoy los medios de comunicación a las periodistas que pretenden contar la realidad, esa tremenda moción de censura a todo el sistema? ¿Qué las carga a ellas de tanta razón e indignación que no alcanza a los mucho más circunspectos compañeros? ¿Cómo logran ellas afectar tanto más que ellos con discursos doblemente complejos? La respuesta la he encontrado, poco después, en otro vídeo, este protagonizado por Noelia Adánez. Se trata de su sesión sobre feminismo en la universidad de verano del Teatro del Barrio. Noelia problematiza filosóficamente el concepto de igualdad que manejan las instituciones en las que se maneja la sociedad para no asumir las reclamaciones de justicia de las mujeres. Después de verlo, me queda meridianamente claro porqué las mujeres estamos doblemente armadas para detectar y explicar las brechas por las que el sistema o cualquier subsistema nos expulsa.

Las mujeres estamos fuera del sistema, fuera de las instituciones, fuera de las leyes, desde que la Ilustración dio carta de naturaleza al individuo abstracto como base de su proyecto para la Modernidad. Pensar que los desarrollos legales e institucionales de los últimos tres siglos nos contemplan es engañarse, de la misma manera que las fuerzas antifascistas se engañaron para firmar el Pacto de la Transición. Lo institucional, el Periodismo incluido, es una ficción, un timo o, como dice Olga, «una farsa». Las mujeres lo sabemos de primera mano, porque sufrimos doblemente las expulsiones que el sistema produce cada vez más rápida y generalmente: la pobreza es solo la última vuelta de tuerca de la expulsión de la individuación de lo humano que sufrimos al nacer. Somos las extensas idénticas, el otro que distingue al uno, el objeto mudo e ininteligible. Nosotras sí tenemos un corpus teórico, una teoría explicativa y una narración sobre este proceso de expulsión que ahora impulsa el neoliberalismo porque ya se nos impuso en el Pacto de la Ilustración. Nuestra rabia no se contiene desde hace un año, un lustro ni una década, sino desde hace 300 años. Lo raro es que nos conformemos solo con rabiar.

Autocensura

Hace algunos meses, durante la gira de presentación de las primeras memorias de Juan Luis Cebrián, indignó mucho su alusión a la autocensura de los periodistas como uno de los motivos que podrían explicar que «El País» no publique noticias que tienen que ver con anunciantes, propietarios o afines. Leo ahora que acaban de despedir a una periodista de Internacional, Lara Otero, que parece que no se autocensuraba en las asambleas, así que no parece demasiado honesto cargar la responsabilidad de lo que se publica en la tropa en vez de en los generales… En fin. El último «Informe anual de la Profesión Periodística 2016» de la Asociación de la Prensa de Madrid (APM) revela que el 74,8 por ciento de los periodistas cede a las presiones ante el «miedo» y las «represalias» a ser despedido o relegado en la asignación de trabajos, principalmente los autónomos, y un 57,2 % de los profesionales de los medios reconoce que se autocensura.

Hoy escribo un texto sobre las fundaciones de arte de las grandes corporaciones del lujo desde la autocensura. El periodismo queda en manos de los artistas. Esta obra es de Lucie Fontaine.

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Mira quién habla

Un año después, me entero de que los machos al mando de las cadenas de televisión vuelven a colocarnos las bragas de Cristina Pedroche y compañía junto a las uvas. El asunto no tiene, en fin, mucho recorrido, más allá de lamentar la sumisión de las mujeres a los ritos de liberación que nos permite el sistema heteromacho. Sigue dando mucha lastimica comprobar cómo se usa el cuerpo de las mujeres para que piquen los de siempre. Carnaza burda para hacer una audiencia a la que los ejecutivos de las cadenas consideran aún más burda.Mientras, la protagonista clama que es libre, como el sol cuando amanece, como el mar. Lo cierto es que todas caemos en la trampa de conformarnos con ocupar mínimos espacios de descompresión que ya no van a ningún sitio. Ese acomodo a la protesta controlada, prevista y fácil que lava la conciencia mientras seguimos tranquilamente con nuestras vidas da mucho que pensar. Precisamente ayer escuché a Almudena Grandes que habríamos de negarnos a celebrar el 8 de marzo, y tiene toda la razón.

 A partir del minuto 22.

Me interesa, a un año vista de las bragas de Pedroche, explorar un poco más el peliagudo asunto de la representación. Pero no tanto cómo se nos representa, aspecto este de sobras estudiado, analizado, denunciado y ya con cierto grado de sensibilización general, sino quién representa. Quién se arroga el papel de describir el mundo, quién toma la palabra y la voz y para qué. Desde qué posiciones toma una la palabra para representar al otro y si la posición de una tiene finalmente que ver con la manera en que represento el mundo. Se trata de cuestionar al autor y de poner sobre la mesa los privilegios que le impiden representar éticamente según qué sujetos o asuntos. Las feministas estamos cansadas de hacerlo cuando impugnamos la historia escrita por los hombres. También nos han leído la cartilla a nosotras mismas desde el feminismo negro, desde el musulmán o la teoría poscolonial. Es imposible separar quién habla de qué se dice. La objetividad atenuada a la que se aferra el relato periodístico no existe. Todos los discursos están tan absolutamente mediados por la subjetividad de quien los produce, que no queda otra que revisar al propia posición, exponerla en lo posible y reconocer hasta donde puede llegar y cómo nuestra capacidad para representar al mundo.

Últimamente me he cruzado con algunos ejemplos que pueden encajar en este cuestionamiento de la representación que me ocupará los próximos meses. Voy con un ejemplo nimio, producto de una buena voluntad irreflexiva creo yo. Es el caso de la activista Yolanda Rodríguez, que buscaba la colaboración de mujeres con cuerpos no normativos (casi siempre eufemismo por gordas) para un proyecto. En este anuncio juegan dos factores: que la propia artista es una mujer con un cuerpo totalmente normativo, que sale en las revistas de moda y que encaja totalmente en los cánones de la belleza que impone el mercado, aspecto este que favorece que ocupe un espacio en los medios que no es tan accesible para otras activistas o artivistas; y también que este asunto de las tallas, los cuerpos y los kilos cotiza al alza en la bolsa de las ansiedades femeninas y los medios están deseosos de recibir contenidos que, dentro de los márgenes de la protesta sensata de lo que hablábamos antes, demanden libertad para que las mujeres puedan ser como son. Creo que una suma de todos estos factores puede explicar que Domínguez haga un llamamiento a “mujeres que NO cumplan el estereotipo joven+blanca+talla 38” precisamente con la foto de una mujer joven, blanca y talla 38.

 

¿Cómo explicar el esteticismo sumiso de este anuncio? Probablemente en la posición de la misma activista. Una mujer gorda, negra y mayor de 50 años jamás hubiera puesto esa foto. Yo hubiera puesto este vídeo, hallazgo de Millana:

Mi segundo ejemplo, también traído a mi archivo por Millana, tiene que ver con una periodista de la revista Pícara y, por tanto, feminista. Isabel Gracia vive en Bolivia donde trabaja como periodista, no sé si porque aquí es muy difícil ya publicar dada la crisis de los medios y la cantidad de periodistas que mendigamos por las redacciones. Parece que, con bastante facilidad, logró publicar una doble página en el principal periódico del país sobre la situación de las reclusas bolivianas, de las mujeres encarceladas. Es cierto que, en la facultad y en las redacciones, nos enseñan que basta con dominar las herramientas del oficio para ejercerlo. Qué error. Lo paga y con creces esta tal Isabel Gracia, «blanca, flaca, rubia», que es entrevistada en su programa de radio por María Galindo, probablemente la activista feminista más relevante de Latinoamérica. No os perdáis el audio, porque no se puede decir más claro.

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A pesar de ser feminista, Isabel Gracia no encaja demasiado bien que le echen en cara que no ha sabido reconocer y asumir su privilegio. Para vergüenza de los colectivos “mujer”, “periodista” y “feminista”, la colaboradora de Pícara decide denunciar.

El tercer ejemplo me lo acabo de encontrar en el muro de facebook de Chris Werckmeister, amiga desconocida pero con la que comparto frecuentemente el mismo punto de vista al respecto de este asunto del privilegio blanco. Se trata de un post de Stacey Patton, profesora asistente de Periodismo en una universidad americana y mujer negra. Patton pone de manifiesto cómo los medios de comunicación, al aplicar la lógica capitalista y convertir las noticias y los textos periodísticos en productos, sin una implicación real, sustancial y ética en las injusticias que representan, acaban resultando los obscenos proxenetas de la muerte de los demás. Se trata de vender más, de hacer más dinero a costa de la desigualdad, la injusticia y la muerte, no de cuestionar al sistema que lo produce ni de exigir su reforma. Por eso Patton se niega a escribir para un medio otro texto sobre porqué los policías blancos matan a los negros: «Not this time. I will NOT be your intellectual Mammy. I’s real tired».

Por todo esto, no es extraño que los refugiados de Calais hayan plantificado esta foto que, una vez más, recojo del muro de Daniela Ortiz, otras de las personas que me ayudan a revisar mi propio privilegio.


La foto no sólo habla de los ladrones de cuerpos, de esos fotógrafos que venden su material a medios racistas, sino también de la inutilidad de los medios de comunicación para sensibilizar al respecto de la situación de estas personas. Si la tumba del Periodismo se está cavando en algún sitio, es en los campamentos de Calais, en las aguas del Mediterráneo y en nuestra verja.

Test Uma Thurman para periodistas: caca, culo, pedo o pis

Hoy, mientras escribo esto, las noticias relativas a la cara de Uma Thurman reinan en lo más alto de las listas de lo más leído en los periódicos. Antes de proseguir con el tema, insisto en que escribo acerca de la cara sí o la cara no de Uma Thurman. Entiendo que es inevitable que se comente si una está más gorda o más flaca, más vieja o más viejoven, a veces incluso sin esperar a que te des media vuelta. Hasta entiendo que las opiniones se apedorren en las redes, el patio de porteras en donde nos solazamos los y las que no tenemos nada mejor que hacer. Facebook y Twitter son el aparato excretor de nuestro pensamiento: dime lo que comes, etc. Lo que no acaba de entrarme en la cabeza es el tratamiento de la cuestión por parte de los periódicos, cada vez más dados en incluir este tipo de noticias atrapaclicks en las que se ven las vergüenzas de una ética desgraciada.

Desesperados o perdidos, a nuestros diarios secuestrados por Botin&co. les vale todo para hacer caja, aunque por el camino vayan perdiendo a los lectores que habrían de cuidar. Ante casos como el que nos ocupa en el que una web se cree obligada a responder sí o sí a un fenómeno viral con un contenido (no se trata por supuesto de servicio público o entretenimiento sin más, sino de recaudar clicks para la publicidad), lo mínimo que se espera de un periodista formado es que sepa tratar el contenido con profesionalidad y empeñe algo de tiempo en dotarlo de la dignidad que se espera de un medio. No era tan difícil contextualizar la noticia que circulaba en las redes como un maloliente pedo supersónico: bastaba preguntarle a algún sociólog@, filósof@ o feminista para encontrar salidas dignas a este callejón sin salida.com

Comprendida la posición de las empresas, ¿qué hay de la de los periodistas? ¿Tiene espacio para algún tipo de pataleta? A ellos les planteo algunas cuestiones en formato test, para tratar de averiguar por dónde van los tiros de su ética y estética.

1. Tu jefe: «Hay que escribir algo sobre la actriz esa que se ha jodido la cara. ¡Parece un monstruo copón! Vamos a colgar lo que sea pero ya».
a. «¡Con esto salvamos el tráfico de la semana, jefe!».
b. «Voy a hacer un álbum de operadas que te meas de risa».
c. «Yo paso de escribir de esa mierda… ¡Bueno, no, trae, dame, que puede quedar algo gracioso!».
d. «Vale, pero yo no lo firmo… Que lo haga la becaria, que le echa muchas ganas».

2. Finalmente no has de escribirlo, pero has de encargar el texto a un colaborador.
a. «Es horrorosa, macho. Escríbenos algo desde la decepción del erotismo perdido o algo así… Plasma en palabras el asco que hemos sentido al verla».
b. «Mándame rápido un texto de los tuyos así irónico pero literario, que comente la galería de mujeres estropeadas por la cirugía que pondremos».
c. «Te diría que te metieras un poco con las causas de estas metamorfosis… Pero al final ni hay sitio ni a la gente le interesa, ¿no?».
d. «Mira, no te metas en muchos líos… Corta y pega las barbaridades que se dicen por ahí y punto pelota».

3. No te quedan más huevos que escribir 500 palabras sobre la cara de Uma Thurman.
a. «A saco con ella: el público quiere sangre y yo quiero sus clicks».
b. «Es una mujer libre y además pública, así que tengo derecho a comentar lo que me parece».
c. «Hombre, tampoco vamos a masacrar… ¡Pero es que es Guti! Jajajajja».
d. «Me van a dar por todos lados las pesadas de las feministas… Me cubriré las espaldas hablando de las protestas y quejas que surjan al final del texto».

4. Tienes que colgar en las redes tu texto sobre Uma Thurman.
a. «La metamorfosis de Uma Thurman: más allá de Kafka».
b. «Las otras caras del horror: 100 famosos adictos al bisturí».
c. «Uma: quién te ha visto y quién te ve».
d. «¿Qué opináis vosotros de la nueva cara de Uma?».

5. Te pasan los tuits llenos de patadas al diccionario y/o comentarios racistas de un futbolista famoso.
a. «Al X ni tocarlo, que se nos echan encima los hooligans».
b. «Esto le va a encantar a mi jefe cuando lo suelte en la comida: soy un periodista de investigación nato».
c. «Qué fuerte. Imposible publicar esto… Lo pondré en mi cuenta b de Tuiter».
d. «Qué marrón. A la basura antes de que lo vea mi jefe».

Mayoría de a: Caca. Todo te parece una mierda, menos lo tuyo. Tus lectores también te parecen una mierda.
Mayoría de b: Culo. Tienes una personalidad diarreica y no te puedes controlar. Te haces tanta gracia…
Mayoría de c: Pedo. Tratas de contenerte, pero finalmente se te escapa. Sabes que algo no marcha, pero te puede el aplauso imaginario.
Mayoría de d: Pis. Estás cagado de miedo y no te queda más remedio que mearte en tus congéneres. Tu fuerte es el escaqueo.