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Los hombres me cuentan a Rosalía
SI entendemos nuestro tiempo a través de sus manifestaciones culturales o, al contrario, las estrellas de la cultura expresan para todos los públicos las claves de un tiempo, ¿quiénes son los intérpretes, los llamados a desencriptar esos sentidos, los que nos guían en la tarea de entender y entendernos? La figura que nos interesa, por su vinculación con lo sacerdotal, nos impele a emanciparnos y a elaborar nuestra propia vía de acceso a «lo divino cultural». Sin embargo, ni estamos tan emancipados de las interpretaciones ni aún en el caso de máxima desvinculación están estas libres de una metainterpretación que las ponga a vivir.
Hoy viene al caso Rosalía, esa artista en la que ya hay quien quiere ver la otra España, la que consuela de la ranciedad tradicionalista con su vistoso collage de sonidos. Rosalía es ahora mismo un lugar de poder para la interpretación, pues su nombre excita la lectura y todo intérprete es un poco parásito de su objeto. La disputa por el objeto Rosalía en las secciones de cultura de los medios de comunicación marca la posición de poder del crítico: no es lo mismos escribir la crónica del Sporting de Gijón que la del Real Madrid. Nótese la comparación de la cultura con el fútbol, dos campos de la información igualmente misóginos.
No se trata de impugnar las crónicas que leemos hoy, aunque salta a la vista que todas repiten ciertos lugares comunes y solo dos alcanzan a compensar el tiempo que se echa en leerlas, sino de darnos cuenta de que fijan y dan esplendor a la interpretación única fijada por el hombre que lo hace todo en el periodismo cultural y que replican sus clones en toda la cadena de producción de contenidos bajo coste. Lo que hoy leemos sobre Rosalía es una especie de acuerdo interpretativo avalado por cierta élite sacerdotal. La narración de un tipo de relación que se desvela, en la repetición machacona de ciertos valores y percepciones por parte de distintos autores, como un relato atado y bien atado a lo ya dicho y escrito. Los textos sobre Rosalía son expresión de una única subjetividad, esa que los defensores del periodismo sin géneros creen universal. Textos aparentemente inocuos que son esencialmente políticos, pues producen mirada, mundo, sentido, valores. ¿Los valores de quién?
Hay un periodista cultural que lo escribe todo.
Nos ponemos sus gafas, aprendemos sus definiciones.
Dentro de nosotras vive este señor con sus interpretaciones.