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La moda como régimen disciplinario de las mujeres
La mejor manera de esconder algo es dejarlo a la vista de todos. Eso es precisamente lo que sucede con el negocio de la moda: cuanto más más groseras son las manifestaciones de su burricie y vulgaridad, mayor es la atribución de sofisticación y distinción que le conceden sus acólitas. Véase esta fotografía de la campaña de primavera de Saint Laurent: ¿realmente estamos hablando de moda o se nos comunica, bien a las claras, el régimen disciplinario de la misma? La imagen lo tiene todo: sumisión, objetificación, infantilización, degradación, hipersexualización… Así de inermes ve las mujeres el que monta una red de trata.
No deja de sorprenderme la pedagogía de la obediencia que, a través de la moda, se inculca en las jóvenes. Las prácticas que exige militar en la moda, conocer las tendencias a través de las revistas, compras las prendas indicadas y llevarlas de la manera esperada en los cuerpos normativos, no hacen más que trasladar a nuestra subjetividad el mandato femenino de la obediencia. La moda nos programa desde bien niñas para obedecer las reglas hasta el punto de modificar nuestros cuerpos para practicarla. Y mientas nosotras pensamos que nos hablan de tendencias, en realidad nos inoculan el deseo de la sumisión que nos desactiva como seres pensantes, sintientes y políticos.
Hubo un tiempo en el que las editoras de moda de las revistas vestían invariablemente de negro. Dicen que tal código indumentario procedía de un deseo de neutralidad y discreción que se ha roto en estos tiempos del culto a la personalidad. Puede que aquellas mujeres, indudablemente listas, aún fueran capaces de mostrar su resistencia y su independencia a un negocio que se basa en la sumisión. Hoy, cuando voy a alguna redacción y me cruzo con alguna joven mujer practicanta de las tendencias (sobremanera cuando observo a las bloggers e ‘influencers’ que hacen girar su vida sobre ellas), ya no veo la belleza de catálogo de su presencia. Solo siento pena.
Me estoy quitando
La ridícula gala del Met o la moda como el culo
La moda según Anna Wintour, según Vogue, según los conglomerados del lujo y sus marcas, según todos esos hombres, hombres viejos, que dictan cómo han de ser las mujeres y según esas mujeres, directoras de revistas, que le lamen las costuras a todos los anteriores ES UN CULO.
Ya no hay mujeres, ni narrativas, ni tejidos, ni arquitectura, ni revolución, ni silueta, ni avant garde. Ya no hay caras. Lo que la moda quiere ver son CULOS.
Y así fue como una práctica estética, la del vestir, se convirtió en el hazmerreír de los que pudieron comprender su mensaje tóxico: las mujeres son UN CULO para los hombres de la moda. Valen tanto como SU CULO. Les importamos UN CULO. Nótese como se descoyunta KarlieKloss tratando de que su cara se vea tanto como SU CULO.
Ellos, los que se embolsan vía ropa tóxica lo que tanto nos cuesta ganar moviendo EL CULO, se alegran de que deseemos ser ESOS CULOS, porque de esa manera nos compraremos la moda barata doblemente nociva que nos anuncian. Nos da igual quee miles de personas SE ROMPAN EL CULO para fabricarla. De alguna manera, han logrado que sólo nos importen NUESTROS CULOS.
Por el camino, miles de periodistas CON LA CONCIENCIA EN EL CULO hacen como que no se enteran de la perversión que entraña todo el entramado DE LA MODA ANAL. Las mujeres, las jóvenes, las niñas, todas somos libres para elegir si preferimos SER UN CULO o ser tachadas de VESTIR COMO EL CULO.
Lo mejor de todo el asunto es que a esta MIERDA TÓXICA, un negocio construido sobre la infelicidad, el elitismo, la explotación y la absurda carrera por distinguirse del de al lado, aún sea considerada por algunos como una exquisitez. La elegancia es UN CULO O UN TORERO.
ES TODO TAN HERMOSO
PD. En Forbes postean graciosamente todas las fotos de CULOS de la Gala de la Carne de Vogue, pero censuraron este artículo acerca de la deficiente representación de la mujer en los medios de comunicación y el sexismo de estos, razón por la cual su autor se vio obligado a dimitir.
Las revistas femeninas como producto periodístico devaluado: las barbificaciones de Vogue
Hace una semana me puse como una hidra porque un señor estudioso, Octavio Salazar, profesor Titular de Derecho Constitucional en la Universidad de Córdoba y autor de «Masculinidades y Ciudadanía», dijo en una mesa sobre la presencia de las mujeres de la cultura en los medios de comunicación que las revistas femeninas eran «productos periodísticos devaluados».
Ahora me lo como con patatas.
Aquí va un editorial de Anna dello Russo (Vogue Japón) con Rosie Huntington Whiteley (nótese los siglos de selección natural que sugieren tales apellidos, qué-bonito-sería-que-fueran-inventados-como-los-algunas-periodistas-de-la-misma-revista) convertida en Barbie. Efectivamente: justo esa identificación que los médicos apuntan como letal para las niñas-mujeres. En palabras de abuela, que si quieres arroz Catalina. La reclamación, es una pena, no se queda en el asunto cosificador y reduccionista de siempre (no están ya las modelos tan lejos de las muñecas en hechuras y posturas). Lo perverso del asunto es cómo se vende el ideal de belleza caucásico, plastificado hasta más no poder, a mujeres que no llegan a los 30: Vogue Japón tiene la audiencia más infantil de la franquicia. La razón no puede ser, por otro lado, menos nazi y más desarmantemente frívola: simplemente tratan de fotografiar contenidos que puedan ser replicados por las ediciones internacionales de la revista para rentabilizar los altísimos costes de los editoriales de moda. Aquí un buen análisis de la cuestión. «Sigue la pista del dinero» es casi siempre un buen consejo.
Otro dato para fruncir el ceño: lo de Dello Russo es un refrito, una repetición, una intertextualización, un editorial en diferido o un fusile de otro, bastante sonado en su momento, que fotografió Ellen von Unwerth sobre Claudia Schiffer y para Vogue Italia, en 1994. Las diferencias son muchas: las que separan unas fotos pensadas por una estilista de otras pensadas por una fotógrafa. Unas venden ropa a costa del cliché, las otras logran alguna interferencia interesante con la ironía, alguna lectura de clase colateral y un mejor estudio de los movimientos corporales de la muñeca. En otras words: aunque el concepto sea cutre, está mil veces más currado.
El enamoramiento de Vogue y Barbie es bastante recurrente: Vogue Paris publicó las pasadas Navidades más barbificaciones de modelos, esta vez encajonadas y listas para despachar en su tienda de muñecas favorita. Con su camisita y su canesú patrocinado por. Es muy divertido comprobar cómo la dirección de arte tuvo que añadir más iconografía Bowie en la propuesta de Yves Saint Laurent, supongo que por miedo a que no se entendiera una contradicción en términos como la de una barbie bowieficada y sin la marca de la hiperfeminidad.
Por supuestísimo, imagino que Mattel le ha pagado el oro y el moro a Vogue para que vaya suministrando a sus lectoras esta propuesta de barbificación de las mujeres, y que es el dinero lo que explica este desatino plástico. A Karl también ha debido de lloverle lo suyo.
Y a Sports Illustrated.
La verdad es que yo no termino de verle la utilidad a esta desgraciada asociación entre los soportes editoriales que se sirven del cuerpo de la mujer y la muñeca diabólica. Barbie tuvo su momento, pero que ahora no parece ser del agrado de las niñas por mucho que su fashionismo convenza a las madres. Para desesperación de los inversores, la muchachada prefiere a las Monster High. Además, esta asociación no responde para nada a cierta demanda ética global para que se relaje el corsé de la representación del cuerpo femenino en las revistas de moda. Si es cierto que estamos asistiendo al canto del cisne de Barbie (y de todo lo que representa), ¿no es una locura asociarse a un producto a punto de caducar? ¿Acaso la situación financiera de las editoriales de revistas hace que no puedan dar un no por respuesta a clientes en vías de descomposición?
Time lo contaba, el pasado enero, así:
¿De verdad está tan aletargado el instinto periodístico en las revistas femeninas que no ven el tren que se las va a llevar por delante? ¿Será cierto que son un producto periodísticamente devaluado confeccionado sin la menor intención de suministrar ideas, buenas ideas, e historias, buenas historias, a sus lectores? ¿Tendré que creerme que las periodistas de esas redacciones han tirado la toalla y ya no disputan el espacio para sus historias? ¿Acaso no les importa estar cavando la tumba de las revistas de papel?