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Una investigación sobre otras estéticas para el periodismo
Como proyecto final de un curso de Clacso, «Periodismo y crítica cultural entre la cool-tura pop y la militancia popular», me propuse hablar de la estetización de la cultura pop mediante un vídeo-ensayo hasta que me di de bruces con la realidad de mi inoperancia tecnológica. En ese proceso de tener algo que decir pero no cómo, pues desde el mismo curso estuvimos seis meses constatando la desconexión de las formas estéticas tradicionales del periodismo con las audiencias (así que no podía limitarme a escribir un texto), decidí usar una herramienta absolutamente popular, las presentaciones en diapositivas de toda la vida, y valerme de contenidos que ya estuvieran en la red. El tutor del curso decidió que era un mix entre periodismo Frankenstein y periodismo DJ y añado yo que de aprovechamiento (aprovechategui) de lo que ya ha sido dicho. Hay tanta gente diciendo cosas interesantes por todas partes y tan poco construyendo unidades de sentido con todo lo dicho… Ante la fragmentación brutal de los mensajes, la tarea filosófica de narrarlas en una totalidad de sentido. Este es un destino que me gusta para un periodismo con futuro. Como no se pueden subir presentaciones con vídeos a WordPress, descompongo la presentación en dispositivas.
En la década de los 90, la cultura pop comenzó a poner en práctica su agenda oculta: la estandarización de la sensibilidad y los deseos a través del consumo de una única estética, la barbificación.
La ideología del glamour adosada a tal estética, lejos de dirimirse en las elecciones y los parlamentos, se promulga en las pasarelas. El modelo de consumo que la industria de la moda construye durante la década se convierte en pocos años en el modus operandi de toda una civilización.
Tras el cambio de siglo, la moda se convierte definitivamente en el modelo corporativo ideal del neoliberalismo: una industria que funciona sin apenas controles y totalmente deslocalizada, como un circuito cerrado monopolizado por unas pocas compañías y con un mercado prácticamente cautivo gracias a los medios de comunicación y la cultura pop.
Además de servir de laboratorio de vanguardia para los nuevos negocios globales, la moda se dedicó a fabricar, a gran escala, su mercado: individuos centrados en una imperiosa necesidad de belleza, juventud y erotismo. Gracias al impulso globalizador de las redes sociales, la factoría mediática global logró que todo Occidente se pusiera las gafas del glamour. Hoy, todo lo que llegue a nuestro sensorio, no solo nosotros mismos, tiene que ser bello y sexy. Y sobre todo ellas: el objeto sujeto.
Pasamos de convertir la moda y sus circunstancias en contenido de la cultura pop…
…a consumir una cultura pop producida totalmente por o desde la industria de la moda.
Gilles Lipovetsky y Jean Serroy llaman a este fenómeno “la estetización del mundo”: “Una vida volcada sobre el placer de los sentidos y las imágenes, los goces de la música y la naturaleza, las sensaciones del cuerpo, el juego de las apariencias, la frivolidad de la moda, los viajes y los juegos, la multiplicación de las experiencias sensitivas”.
El escritor británico George Orwell describió este fenómeno en su novela “1884”: lo llamó la neolengua y la caracterizó como una herramienta del fascismo.
Otra característica de la neolengua filofascista que describe Orwell es el doble pensar: sostener dos opiniones contrarias, contradictorias, simultáneamente.
La inhumanidad es selectiva
“El Congreso”, basada en la novela de Stanislaw Lem “Congreso de Futurología” (1971).
Cuando dormimos, salen los monstruos