Las Musas de la Transición y el landismo de Podemos

Esta muy mal visto decir y escribir que el porno industrial, como todo lo industrial, es una basura que hace caja en la violencia. Y mira que cuesta hacerse la sueca de la cara de dolor que ponen tres de cada cinco mujeres en los vídeos de porno gratuito que circulan en la web.  Ni punto de comparación con el porno en VHS de los 80, donde a lo peor podías intuir el aburrimiento. El porno de hoy, especialmente el gonzo, es una basura violenta que no está hecho a base de estrellas de Miami, sino de mujeres pobres que cobran una limosna para que les infrinjan dolor. Cada vez que escucho a una mujer blanca, autosuficiente, que se autodenomina feminista y que trabaja en el porno defender la industria con el argumento de la libertad individual (su agenda, su cuerpo, su libertad), me pregunto a quién sirve su feminismo: ¿a esas mujeres del gonzo o a sí misma? Cada una puede hacer lo que le dé la gana, pero ha de tenerlo muy claro a la hora de defender una institución, porque dentro de ella no está sola. Están las otras. Gail Dines lo explica rebién. Por favor, ved este vídeo. Es muy muy muy muy bueno. «Choice, choice, choice, choice»: la voz de pito de Dines denunciando las paradojas del ‘free choice’ se te queda grabado. Eso y los prolapsos anales recurrentes de las mujeres que trabajan en el pornoterror.

 

Todo esto viene a que se petó el acto de la Casa Morada en el que las mujeres de Podemos debatían sobre pornografía. Estaba, en plan musa de esta segunda Transición que tenemos entre manos, la tal Amarna Miller. Y no pude por menos de acordarme de la extraordinaria Susana Estrada, otra musa de otra Transición que he escuchado hace nada en un programa de radio (después del minuto 9) dejar caer que fue amante de Suárez. Qué grande, Susana, ayer y hoy. En aquel momento, con las mujeres aún llevando la copa de Soberano y las zapatillas a sus guerreros necesitados de descanso, Susana reclamó su cuerpo y su placer como suyo, además de romper con el santurronerío de la Iglesia Católica con su claridad textil y mental. En aquel momento nada tenía más sentido que enseñar las tetas, presumir de orgasmos y reivindicar la liberación sexual como primer y necesario paso de la conquista democrática. La mujer más antisistema de España se puso el Gobierno por montera. Y al tierno Alcalde de Madrid.

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Hace 40 años tenía sentido que el cambio político se encarnara en un cuerpo de mujer desnudo: la política rescataba de las garras del machismo y la iglesia católica la materia misma de las mujeres y estas, a cambio, les cedían la potencia y alegría de su libertad. La democracia sacaba a las mujeres del armario de sus hombres y estas gozaban la posibilidad de abrazar al mundo entero. Cuatro décadas después, con el cuerpo de las mujeres exprimido por el mercado de todas las maneras posibles, las mujeres necesitamos que nos devuelvan nuestro cuerpo. Necesitamos que nuestro cuerpo salga del mercado común de la democracia neoliberal. Porque si es rico, lo exprime la moda, la belleza y la cosmética hasta el vaciado total del clonado brutal. Si es pobre, se esclaviza, se coloniza, se embaraza. El cuerpo de las mujeres es el nuevo cerdo. Justo ahora que ya casi nadie hyp come cerdo. Si el cambio que viene vuelve en encarnarse metafóricamente en lo mismo que hace 40 años, ¿qué cambio es ese?

No quiero ver, no sea que se me atragante algo, la entrevista que Susana Griso le hizo a Pablo Iglesias en alguna tele. Sé de ella por un artículo estomagante que leí esta mañana. No ha sido un sorpresa. Ya venía detectando desde hacía meses este rollo de Pablo Iglesias de hablar de sexo en cuanto le dan pie, de mostrarse picaruelo (argh), de airear sus gustos y publicitar su dedicación, exclusivamente cuando le entrevista una mujer. Qué macho, ¿eh? Incluso he tenido que cambiar de emisora varias veces al escucharle halagar la belleza y la sexitud de tal o cual presentadora (arggghhhh, como si las mujeres estuvieran en el mundo para que las llamaran cordera). Tiene Pablo Iglesias en su relación con el sexo y las mujeres algo que me recuerda mucho al españolito de ojos desorbitados interpretado por el joven Alfredo Landa, una especie de Benny Hill políticamente correcto. Un rollo viejuno, como de aquello progres tristes que salían en «El disputado voto del señor Cayo». Y me resulta muy patético verle reivindicar el sexo como si esta fuera la España de los años 70 y no el siglo XXI.

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Mientras el mundo debate la impostura de la heterosexualidad y las relaciones a dos, Pablo Iglesias sigue como Tierno Galván: «¡A follar, que el mundo se va a acabar!». Pobres de nosotras.

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