Hombres vs. Mujeres: la guerra inducida por el sistema
Hoy, en la sección España de El País, Patricia Ortega Doltz publica el enésimo reportaje que se sirve de la violencia mediática aplicada a los asesinatos machistas de mujeres y niños. El reportaje es este y las dos estrategias violentas, recurrentes últimamente en unos periódicos hambrientos de morbo son, principalmente, dos:
1. Aplicar el tratamiento de suceso a los asesinatos machistas, narrándolos como crímenes de El Caso, como si fueran un cuento gore, aludiendo al sentimentalismo o el terror, al morbo. Doltz narra el asesinato con todo lujo de detalles cinematográficos. De esta manera, se conciben como eventos terribles, puntuales, ajenos, “de ficción”. Al no contextualizarlos en una sucesión de causas, al no aludir a la raíz del problema (la violencia patriarcal), quedan en el aire e impiden al lector comprender que cualquiera puede ser objeto/sujeto de este tipo de violencia.
2. Utilizar el terrible eufemismo “violencia doméstica” o incluso “crímenes caseros” o “kamikaze doméstico”, que ejerce la función de invisibilizar el terrorismo machista, circunscribiendo las muertes al terreno de lo privado, de la casa, a un espacio en el que no se debe intervenir. El civismo de vecinos y familiares queda así vetado en este espacio y las mujeres y los niños quedan simbólicamente encerrados en lo doméstico.
3. Inexplicablemente, en medio de su delirante narración amarillesca de crímenes “dantescos” (no se priva de usar lugares comunes la redactora), introduce este suceso como si tal cosa:
“Dos días más tarde, en una especie de extraño y delirante rito, una mujer degollaba a su bebé en un altar de la capilla del cementerio de La Villa de Don Fadrique (Toledo)”.
Inexplicablemente, la periodista inconsciente mezcla churros con merinas, e introduce en una sucesión de casos de asesinatos machistas un crimen que nada tiene que ver con la violencia que se produce debido al sistema de poder que organiza y mantiene el patriarcado.
¡¡¡¡PERO QUÉ INVENTO ES ESTO!!!!!
Es momento de exigir a los periodistas justicia informativa. Los profesionales de los medios han de formarse para relatar debidamente las muertes por violencia machista o asumir que, debido a su relato incompleto o directamente nocivo, contribuyen a la violencia simbólica que sustenta el privilegio de los hombres en el sistema patriarcal. Sí, a las periodistas les da miedo usar estas palabras: patriarcado, patriarcal, poder masculino. Pero llega un punto en que cuando los periodistas, universitarios formados, invisibilizan su exiStencia, niegan su existencia, sólo puede tomarse como síntoma de mala fe.
Stop a la violencia mediática.
Además de negarse a explicar las razones de la violencia subterránea que debido al sistema patriarcal sufren mujeres, hombres y niños, la negación de los periodistas a nombrarlo y darle carta de naturaleza tiene un efecto nocivo más. Los periodistas, por ignorancia o por sustentar su propio privilegio, construyen sus relatos de manera que los hombres, caracterizados como arrebatados, perturbados, drogados, obsesionados o enamorados, son los enemigos de las mujeres, víctimas, impotentes, inútiles, fallidas por no denunciar, locas por no poder salir corriendo. La perpetuación de este relato en los medios de comunicación es tan violento como el hecho mismo: no sólo las mujeres se encuentran atrapadas en el papel de víctimas, sino que los hombres se ven simbólicamente presos en el papel del eterno agresor.
Al sistema que sustentan los medios de comunicación les interesa que los hombres aparezcan como el enemigo. Al designar como enemigo nada menos que a la mitad de la población, neutralizan las demandas femeninas por absurdas. Les interesa, además, que la gran mayoría de los hombres, ajenos a la violencia, no se puedan proyectar en las reivindicaciones feministas. Al sentirse simbólicamente agredidos, tachados de violentos, no se manifiestan con nosotras, no postean nuestras muertes en sus redes sociales, no se horrorizan con nuestro dolor, no quieren pringarse en unos relatos de los que se sienten ajenos. De esta manera, los hombres jamás se unirán masivamente a nuestra lucha: no la sienten como suya sino en su contra. Paralelamente, esta prisión de la víctima disuade a las mujeres de tomar la iniciativa, las mantiene inermes, atenazadas por el miedo, inútiles.
No son los hombres el enemigo último, aunque sean ellos los que levantan la mano, el hacha o la radial. Los relatos de los medios de comunicación han de explicar, de una vez por todas, que es el sistema de poder vigente a nuestra sociedad el último culpable de lo que nos pasa. Todos, hombres y mujeres, somos víctimas del sistema patriarcal. Todos vivimos en ese Matrix del que hay que deshacerse para vivir desde una igualdad más o menos real. Las mujeres, como subalternas en ese sistema, vamos por delante a la hora de reconocer el patriarcado y su reparto de poder no equitativo, pero son legión las mujeres que crían a sus hijos y a sus hijas para que acepten el sistema de dominio patriarcal en el amor romántico, en los cuidados, en la feminidad y la masculinidad estereotípica. Muchos hombres viven su vida desde la conciencia de la igualdad y no se sienten concernidos por la violencia de los otros hombres (¡cómo reconocerse en un asesino!), pero no terminan de ver claro cuál es ese privilegio en el que inevitablemente se les educa, y menos aún entienden el complejo y difuso sistema de obediencia al que somos sometidas las mujeres. En todo caso, piensan que tenemos libre albedrío.
Este es el libro universitario más básico de Antropología cultural, usado en la UNED desde hace años. Su autor, Conrad Philip Kottak, lo escribió como libro de texto básico en 1999: no creo que este señor de la Universidad de Columbia, miembro de la Academia de las Ciencias estadounidense, pueda ser «sospechoso de feminismo». Utiliza un concepto básico en la investigación antropológica, patriarcado, y lo relaciona directamente con la violencia.
Los medios de comunicación tiene la obligación ética de situarse al nivel que les exige la sociedad del siglo XXI y visibilizar cómo funciona el sistema que produce tanta violencia para familias enteras, mujeres, hombres y niños. Tienen que usar las palabras que la literatura científica usa desde hace décadas y reconocerse parte del problema y la solución. Puede que el mayor defecto de los periodistas entre los que me incluyo sea la soberbia: creemos saberlo todo. No existe ningún programa de formación en los periódicos para que los profesionales accedan al conocimiento que necesitan para lidiar con la violencia machista: en las redacciones, el conocimiento pasa de los mayores a los jóvenes. Pero, ¿cómo van a formar los mayores en un conocimiento que no poseen por mera circunstancia generacional o incluso por una ideología mal entendida? ¿Qué mayores van a formar a los jóvenes periodistas si estos han sido erradicados de las redacciones por caros, molestos o inservibles?
Los periodistas son, queramos o no, nuestro intermediarios con la realidad. ¿En manos de quién estamos dejando la explicación de nuestro mundo?
No puedo estar más de acuerdo con tu artículo, como periodista y como antropóloga. La información se a espectacularizado hasta perder todo sentido de la responsabilidad, es hora de empezar a exigir nuestros derechos, puesto que es un pilar básico de la democracia y de la cultura.
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Pregunta: ¿qué hacer cuando nos acusan de elitismo por exigir rigor?
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No desistir. Las facultades fallan en la formación de lo profesionales, es un problema de base por lo que no se puede parar esa pelea y seguir reclamando el debate desde las aulas sobre este tipo de periodismo y la sociedad que se crea con él. Otro problema que hay que solucionar es la falta de profesionalidad en los medios por culpa de los contratos precarios a estudiantes o recién titulados sin a penas experiencia que prácticamente se quedan al mando durante las vacaciones. Lo que tú haces es lo que debemos hacer, señalar estos errores de forma incansable, hasta que los intereses sociales se coloquen por encima de los mercantiles; hasta que los profesionales de la información se comporten como tales; hasta que la propia sociedad rechace encontrar noticias así en sus medios. Es una batalla dura, pero con blogs así veo que no está perdida.
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