Invasores de cuerpos: del topmodel famélico de Vogue a las multinacionales alimentarias
No detecto que nadie haya puesto el grito en ningún cielo ante la foto de este chaval extremadamente delgado, alarmantemente delgado, que se ofrece a la mirada de otros hombres como un cuerpo modelo. Y, sin embargo, da ganas de llorar. Se trata de uno de los chicos que han sido elegidos por el fotografo Brett Lloyd como «una de las nuevas caras de la moda para 2015». Parece que al evangelio de los cuerpos según Vogue se le ha ido de nuevo la mano con el factor skinny. En realidad, lo que menos le importa a Vogue y a su factoría de deseos imposibles es el cuerpo de los menores. Todo vale con tal de que la ropa cuelgue de cuerpos como perchas. En el universo Vogue no figuran personas sino cuerpos jibarizados, reducidos a la mínima expresión, asfixiados de carne. Qué horror de campo de exterminio, Vogue. Si hoy existe una máquina de fabricar una raza terrible de cuerpos exhaustos, esa es Vogue.
La media bombardea a los hombres jóvenes con dos cuerpos posibles: el skinny-skinny prepúber del fashionista que ha de enfocar su físico como herramienta de moda, o el musculado en distintos grados de definición, gracias a una combinación variable de gimnasio y sustancias que aportan artificialmente lo que la voluntad o la genética no logra alcanzar. Este artículo plantea cómo los jóvenes que se atiborran de batidos de proteínas podrían estar sometiendo a sus hígados al procesado de más químicos de los que sería deseable, exponiendo cómo la preocupación por los cuerpos que se enmascara a veces en un deseo de salud tiene más que ver con la vanidad, la presión social, la falta de autoestima real.
«Los cuerpos de los hombres ya no sirven», explica este doctor-investigador-autor de un estudio que muestra la creciente preocupación de los chavales por hacer músculo. También menciona las afecciones ligadas al uso de esteroides a temprana edad: depresión, ataques de rabia, tendencias suicidas, cardiopatías. No es extraño encontrar en las noticias acerca de adolescentes que pegan a sus padres, sus abuelos o sus compañeros de clase una referencia a los esteroides. Los médicos advierten de que la violencia acompaña el uso de estas sustancias, además de muchas otras contraindicaciones. La salud de estos cuerpos es sólo una ficción. No podemos seguir aceptando la coartada de la salud como justificación del continuo comentario y la prescripción más o menos sutil de estos cuerpos.
Aunque los medios de comunicación se defienden de las acusaciones de imponer un cuerpo único y un modelo único de delgadez (para ellas) y musculación (para ellos) aludiendo a la epidemia de obesidad que nos sobreviene, apenas encuentro en ellos mensajes que se refieran a tal circunstancia. Paradójico, ¿no? La invisibilidad de todos los cuerpos que no se ajusten a la norma es un clamor, pero lo es más la ausencia de informaciones claras y relevantes acerca de dónde acecha la mala alimentación. Los mensajes mediáticos recomiendan todo tipo de productos de una industria que se alimenta de la mala alimentación. Los medios de comunicación también se alimentan de la publicidad de la industria que se alimenta de la mala alimentación. Atacar la mala alimentación sería atacarse a sí mismos. Más que preocuparse porque los gordos dejen de serlo, les preocupa que desaparezcamos. ¿Quién compraría todo lo que anuncian?
En realidad, la mala alimentación domina el mundo. La comida es la droga legal que más gente se lleva por delante. Gente pobre, claro, que no puede acceder a comida no adulterada. A la industria de la comida adulterada, de la comida cortada con matarratas, les interesa que sigamos comiendo. Son diez las multinacionales que controlan el 90% de lo que ingerimos. Desde mi punto de vista, ellas son el gobierno real del mundo. A la industria de los cuerpos, medios de comunicación incluidos, les interesa que sigamos comiendo sus productos y necesitando otros que nos prometen lo que sólo la buena alimentación puede darnos. Los medios que podrían advertirnos de la situación se alimentan de los anuncios de la industria que nos vampiriza mientras nuestros cuerpos son ignorados, adulterados, frustrados o acosados por sus instrucciones imposibles. Son parásitos de los cuerpos de los pobres.
A lo que me refiero, señora Obama, es a que además de combatir el sedentarismo con sus simpáticos bailes, no estaría de más un discurso serio sobre la industria alimentaria estadounidense (global). De esa manera, no estaríamos entregando el mensaje de que los gordos son gordos porque no mueven su gordo culo y fomentando la gordofobia que nos ocupa tanto espacio mental a algunas. De hecho, escribo este post algunos días despues de que una videobloguera muy celebrada y periodista de cine muy irónica, muy inteligente y muy cool (?) escribiera en Facebook un comentario despreciativo hacia las gordas que poblamos el mundo (ya lo siento), que desapareció como 20 segundos despues de colgarlo (una pena que casualmente me pillara mirando, ha ha ha). Pero sigamos. Por suerte, son muchos los médicos que comienzan a tirar por tierra esa imagen interesada que las multinacionales fomentan (y los medios replican) por la cual no es la comida la que causa la epidemia de obesidad que nos aguarda, sino la falta de actividad física. Es lamentable ver cómo se afanan los medios de comunicación y los políticos en encubrir los intereses comerciales de sus dueños transnacionales, ignorando que en la maniobra se llevan por delante los cuerpos y las vidas de tantas personas. En este artículo se hace notar asimismo cómo esas mismas marcas, con Coca Cola a la cabeza, esponsorizan incansablemente eventos deportivos, a sabiendas de que con ello refuerzan la ficción de inocuidad de sus productos. Pero todos sabemos que son veneno, droga barata para los pobres.

First lady Michelle Obama dances with students at Alice Deal Middle School in northwest Washington, Tuesday, May 3, 2011, during a surprise visit for the school’s Let’s Move! event. (AP Photo/Manuel Balce Ceneta)
Este documental se plantea la cuestion más seriamente que los asesores en marketing político de los Obama: es imposible quemar con ejercicio la comida adulterada que la industria nos suministra. Ni siquiera es procesada por el cuerpo de la misma manera que los alimentos orgánicos. ¿Por qué no dirigimos más presión, más legislación, más control a las multinacionales, en vez de destruir las cuentas corrientes, los cuerpos y las mentes de las personas (¡de los niños!) que no pueden o no saben darse más alimento que el de la comida basura? Lo recomiendo tanto, tanto, tanto. Vedlo, por favor. Es bueno para la empatía.
Nuestra sociedad, los medios de comunicación, las empresas vampirizan tanto nuestros cuerpos con sus instrucciones sobre lo bello, lo saludable y lo cool y sus productos adictivos, que nos acostumbramos a que la norma de nuestro sistema cuerpo-mente no sea el equilibrio, sino una tensión insoportable entre el ser y el deber ser que se visibiliza especialmente en los gordos, blancos fáciles de los que no exteriorizan esa lucha interna o tienen la inteligencia de sustraerse a ella, y en las personas con transtornos alimenticios graves, mayoritariamente mujeres (porque las normas de obediencia del cuerpo se dirigen sobre todo a ellas), pero cada vez más hombres (porque el sistema necesita seguir devorando cuerpos y los de ellas ya nos son suficiente). Si no habéis visto jamás cómo tiembla una mujer anoréxica ante la perspectiva de comerse una magdalena, esta es vuestra oportunidad para el horror.
No podemos seguir admitiendo que el cuerpo de las mujeres, los niños, los pobres sigan alimentando la avaricia de las industrias del cuerpo: la alimentación, la moda, la cosmética, los medios de comunicación. En la tarea de romper con el dualismo de nuestra cultura, esa ficción miope que enfrenta tozudamente los pares hombre-mujer, masculino-femenino, cultura-naturaleza, activo-pasivo, virtual-real, personal-político, etc., hemos de añadir urgentemente el par mente-cuerpo, y exigir el mismo respeto para nuestra materialidad que recibe la expresión de pensamiento y el mismo conocimiento. Si nos protegemos de los discursos violentos sustrayéndolos de la mirada de los más pequeños, ¿por qué no otorgamos a los cuerpos, sobre todo a los cuerpos de los niños, similar protección? Si prohibimos las drogas y censuramos el alcohol y el tabaco con limitaciones e impuestos, ¿por qué no advertimos más seriamente sobre las consecuencias lesivas de los pseudoalimentos de las multinacionales?
Existe una razón por la que el cuerpo no es tomado en consideración por el pensamiento hegemónico, por el poder. En la tradición filosófica occidental, el cuerpo ha sido siempre relegado a la desacreditada esfera de lo femenino, mientras que la mente, el conocimiento, el pensar fue adscrito a lo inequívocamentente masculino. La supuesta incapacidad de las mujeres para pensar hasta nos ha sacado del canon de la Filosofía (y casi de la disciplina misma). «No solo el pensamiento occidental ha devaluado el cuerpo y la feminidad; tanto lo femenino como el cuerpo se niegan en la constitución del pensamiento como tal. La razón no se da mediante una subordinación del cuerpo. La razón está separada del cuerpo y esencial y radicalmente dividida de la materialidad», escribe Claire Colebrook. La base del pensamiento filosófico occidental niega la corporeidad, lo femenino, la materia. La masculinidad blanca no tiene cuerpo, sólo razón. Así, al no encarnarse el pensamiento, se postula como universalmente valido para todo bicho viviente, sea cual sea su sexo, género, orientación sexual, raza o clase social. Lo que dice el hombre blanco, heterosexual y rico va a misa. De ahí el simpático palabro falogocentrismo: la palabra del hombre es universal.
Quizá porque solo nos dejaron el cuerpo, despersonalizado, mudo, inservible, deseado, rechazado, expuesto o invisible, las filósofas y teóricas feministas siempre han hecho del cuerpo una cuestión central, tanto como mapa de la obediencia/desobediencia de cada mujer, como como espacio que rescatar y curar. En los últimos años, algunas filósofas llevan algún tiempo ocupándose del indivisible par mente-cuerpo desde la corriente bautizada nuevo materialismo feminista, que básicamente (muy básicamente expresado por mi parte) busca interesar a las teorizaciones más allá de la habitual masculinidad abstracta para plantearse cómo se materializan dichas teorías en los cuerpos. El pensar implica pues lo ético y lo político y también una insoslayable flexibilidad para acomodarse en infinitas circunstancias materiales. El pensamiento está ineludiblemente encarnado en un cuerpo. Por cada cuerpo, un pensamiento diferente en constante fluir con sus circunstancias. Hemos de ser en todo momento conscientes de la parcialidad que implica un conocimiento situado en una posición determinada y, a la vez, en fuga. Donna Haraway entiende por conocimiento situado «la política y epistemologías de la posición, el posicionamiento y situación, donde es la parcialidad y no la universalidad la condición que hay que tener en cuenta para llegar a conclusiones relativas al conocimiento racional». Todos los cuerpos. Todas las ideas.
Reapropiarse del cuerpo es también reapropiarse del pensamiento. Al pensar se imprimen las ideas en nuestra materialidad. No dejemos ni ideas ni cuerpo en manos de las revistas ni de las multinacionales de la alimentación. Pensemos en lo que comemos. Comamos como pensamos.
Hola Fernández. Como siempre, interesantísimo tu post. Enhorabuena. Te quiero contar que cuando me diagnosticaron cáncer de mama el miedo a la muerte hizo que me pusiera a investigar como si me hubiera poseído un espíritu científico. Quería, necesitaba, me urgía saber qué podía hacer yo por mi enfermedad, o más bien, contra ella. Mi oncólogo, al igual que mi médico de familia, a mi pregunta «¿Hay algo que yo pueda hacer para favorecer el tratamiento, para mejorar mi salud, para luchar contra este cáncer?» solo contestaba con una frase hecha del tipo «vida sana. Comer de todo y ejercicio…»
Yo siempre fui una persona bastante responsable así que rabiaba cuando sentía que los médicos me pretendían dejar al margen de mi curación. Por lo visto lo único que yo podía hacer era ponerme en sus manos y, eso sí, «tener actitud positiva» (supongo que rezar me hubiera servido también si hubiera sido creyente). No podía consentir que me tratasen como a una niña pequeña que no sabe lo que le conviene o que no es capaz de entender por qué le conviene lo que le conviene. Así que empecé a indagar y según indagaba más sabía y según iba sabiendo más, también iba creciendo mi desconfianza… Mal asunto cuando no confías en el sistema sanitario… Poco a poco fui llegando a un equilibrio: los médicos saben lo que saben (y es mucho) que no es todo lo que nos concierne como enfermos. Es decir, mi oncólogo sabe mucho de células tumores pero poco de alimentación (es triste pero es así), no tiene tiempo para investigar más allá de lo que ya investiga en ensayos clínicos con tumores y enfermos de cáncer. Además, las diferentes especialidades funcionan como departamentos estancos sin aprovechar los conocimientos mutuos y ponerlos a disposición de los pacientes. Los nutricionistas no hablan o trabajan conjuntamente con los oncólogos, por ejemplo.
El caso es que me di de baja en el trabajo y dediqué muchas horas a aceptar lo que me estaba ocurriendo y a estudiar acerca de la alimentación y otros hábitos cotidianos como la higiene personal y del hogar y todo lo que está relacionado con esto. Es increíble descubrir cuántos estudios serios hay acerca de la relación de la alimentación con determinadas enfermedades como la diabetes, el cáncer, la obesidad, la hipertensión, etc… Por ejemplo el daño que hace el azúcar; el peligro del exceso de sal; la relación de los lácteos con el sistema hormonal… Y muchos otros que no tanto tienen que ver con la alimentación sino con otros elementos que acceden a nuestro organismo bien por inhalación, bien por la piel, estando presentes en el aire que respiramos o en los alimentos que ingerimos sin saberlo o en los productos con los que supuestamente nos cuidamos la piel, por ejemplo, los Bisfenoles, los Parabenos, los antibióticos y muchos otros productos químicos con los que convivimos sin saberlo. Pero más increíble y desmoralizador es descubrir que todos esos agentes maliciosos están tan campantes en las estanterías de nuestros supermercados, que nuestro sistema es incapaz de defender nuestra salud porque al mismo tiempo es cómplice de las grandes multinacionales que producen dichos agentes. Es increíble descubrir que la crema que te pones para protegerte del sol hace entrar en tu cuerpo por la piel y a través del torrente sanguíneo un producto que imita el comportamiento de tus estrógenos alterando así tu sistema hormonal. O que algunos productos de limpieza destruyen la mucosa de tu sistema respiratorio de manera que te vuelves vulnerable a las alergias de todo tipo. O que afectan al sistema nervioso central produciendo dolores de cabeza en el mejor de los casos y problemas de ansiedad y depresión en el peor de ellos… Es increíble descubrir que muchos de los antibióticos que se usan para engordar o alterar los procesos de crecimiento de los animales que consumimos hacen imposible a una persona controlar su obesidad por mucho que haga ejercicio… Esto por citar alguno de los descubrimientos que hice en esa época.
He estado muy enfadada con el sistema en el que tengo que seguir viviendo por haberme creado una enfermedad y después no investigar suficiente en su curación. Pero esa rabia inicial me ha hecho más fuerte, más sabia y más sana. Ahora no soy la persona confiada que consumía tranquila cualquier cosa que hubiese pasado los controles de «Sanidad». Ahora sé que Sanidad no es mi madre o mi padre ni yo soy una niña que no puede saber más acerca de lo que le cuentan sobre su salud. Es mi responsabilidad cuidar de mi salud más allá de lo que el sistema capitalista, centrado en que consuma, me ofrece a través de la publicidad, que a estas alturas ya sabemos engañosa y manipuladora. No siempre es fácil acceder a estas informaciones y cuando buscas encuentras mucha pseudociencia y mucha mala fe que solo pretende sacar el dinero a personas vulnerables por su enfermedad pero desde luego hay mucho fiable y muy interesante.Te recomiendo echarle un vistazo a la Fundación Vivo Sano. Tienen algunos artículos y publicaciones muy interesantes así como direcciones fiables donde indagar más si te interesa.
Nuestro sistema de consumo nos lanza sin remedio a un mundo inseguro e insalubre vendiéndonos veneno en sus productos y en sus mensajes. Es tan amoral que muchas personas prefieren no verlo o tachar a los que lo ven de paranoicos que ven teorías conspiracionistas en todo. Es más necesaria hoy que nunca una actitud crítica sobre todas las cosas que nos rodean. Son demasiados los estímulos y los canales por los que se llega a nosotros y eso creo que nos hace más vulnerables hoy que en ningún momento de nuestra historia como civilización.
Te mando un saludo saludable desde esta nueva conciencia recién estrenada.
Sara
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Qué auténtico placer mental leerte Sara. Estoy al cien por cien en todo lo que dices. Yo comencé a enterarme un poco de estas cosas precisamente a través de una buena amiga cuyo hermano, enfermo de cáncer, investigó al igual que tú en temas de alimentación, meditación y demás. Hay un vídeo que no deja de impresionarme a este respecto: https://www.youtube.com/watch?v=RotVRPfGBz0
Me da tanta rabia que el conocimiento al respecto de cómo nos alimentamos esté tan fuera de la órbita de las clases medias-bajas… Los textos son aún o demasiado sofisticados o pseudociencia engañosa. Aún más: ¡son textos! Los que sufren el veneno alimentario de manera más cruda no leen, ven la tele… Se me cae el alma a los pies al ver a niños y adolescentes sufriendo por estar tan gordos y que la familia o el sistema no pueda reaccionar ante su circunstancia. En general, detesto la tensión que el sistema aplica a los cuerpos ya sea con instrucciones sobre cómo deben ser o no, cómo han de ser modificados o qué han de comer según su clase social. Me parece que a través de la comida/moda se realiza una segregación brutal.
Te mando energía sideral desde mi batcueva.
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