Masculinidad tóxica: el carnicero de ElPaís/Icon
Tienen razón los que tocan a difunto: la masculinidad y la feminidad convencional, jerárquica y cosmética están muriendo. Por mucho que se empeñen los tradicionalistas y los medios de comunicación, que necesitan de la publicidad que se sirve de esos estereotipos para vender sus necesidades segregadas, el futuro camina ya por otras vías que, y esto es un acto de fe, se construyen desde lo mejor de lo femenino y lo masculino, sin código binario de por medio. La pureza, repasemos la endogámica genealogía de los Borbones, por ejemplo, sólo trae enfermedad y fealdad. En la mezcla se extreman la belleza y la inteligencia.
Lamentarse por la desradicalización (desratización, desinfectación) de la masculinidad y la feminidad es no conocer demasiado acerca de su íntima, intimísima, relación con la violencia. Las mujeres militantes en una feminidad extrema son víctimas fáciles del maltrato porque ejercen la subalternidad y esperan ser completadas y salvadas por un macho fuerte y controlador. Creen en el amor romántico que el sistema nos vende para que no se descomponga la familia tradicional, esa lacra. La relación de la hipermasculinidad con la violencia está estudiadísima: la esencia misma del ser masculino es prescribir la violencia como solución. ¿Tengo que aclarar aquí que masculino NO EQUIVALE A TODOS LOS HOMBRES? La cultura masculina no tiene en su formulación un sujeto biológico determinado, aunque en la práctica sea sostenida mayoritariamente por hombres. Efectivamente, los hombres que practican esta masculinidad extrema son víctimas del propio sistema. Ceden a la máquina de construir violentos. La masculinidad violenta, lo mismo que la feminidad necesitada, se construye en gran parte a través de los medios de comunicación.
En este artículo de The Guardian sobre una reciente conferencia internacional sobre masculinidad que se ha celebrado en Estados Unidos se lee un párrafo que muestra cómo la masculinidad, incluso en su concentración más común, genera hombre incapaces de comunicar sus emociones a sus amigos. Incluso cómo pueden ser rechazados por estos cuando tratan de cambiar este patrón de incomunicación:
«Robert Garfield, psiquiatra, terapéuta e investigador en la Universidad de Pensilvania, nos cuenta que el hombre contemporáneo está solo.Quierehablar asus amigos hombres sobresus sentimientos, pero no lohace. De nuevo aparece la idea del macho estoico. ‘Las herramientas para construir la intimidad emocional no son suministradas por Dios, no están en la naturaleza del hombre’, escribe Garfield, quien acaba de publicar un libro titulado “Rompiendo el código del macho” . Algunas de las conclusiones de su investigación prueban que más del 60% de los hombres desea más cercanía emocional con sus amigos. En su laboratorio-taller, Garfield enseña a los hombres cómo mostrar cercanía amistosa a otros hombres. Los asistentes usan una “rueda de sentimientos” para identificar cómo se sienten. Acuden una vez a la semana, exploca Garfield. Lo más duro es cuando tratan de poner en práctica lo que han aprendido en su laboratorio con sus amigos, desprevenidos”. ¡Qué tristeza todo!
Fue en la misma conferencia en la que Jane Fonda les aclaró a los cienes de hombres asistentes que “La masculinidad, tal y como se define hoy, es tóxica”:
“Aquí está el problema: esta profunda sensación de los hombres de que han de epara su pensamieto de sus emociones. Y de que ello es un síntoma de inteligencia y madurez. En realidad, esta separación es síntoma de un trauma. La herida es el patriarcado. A él le debemos que los hombres hayan tenido que desdoblarse, robándoles así la humanidad. La sabiduría popular afirma que así es como son los hombres, mientras que las mujeres son maduras y emocionales. La actual percepción de la masculinidad ha lesionado la expresión de lo emocional en los hombres y por eso estamos ahora aquí, para contestar a la pregunta: ¿Cómo la recuperamos?”.
En estas estamos cuando veo en el inspirador muro de LaTira un artículo de Icon/El País titulado “¿Por qué no iba un carnicero a estar tan de moda como un futbolista?”. Un asunto peregrino donde los haya. Desgraciadamente, el texto suministra todos los mensajes castradores y estereotipos absurdos que las mujeres hemos ido recibiendo durante décadas. Se ve que el periodista tenía la buena intención de hablar de un empresario ganadero que ha llevado su negocio al éxito, de la carne y de los carniceros del siglo XXI. Pero para poder meter la historia en una revista de moda y en El País no basta ese enfoque: hay que suministrar la información de manera mucho más espectacular y lesiva: apelando a los tópicos de la masculinidad y al sexo. El pobre ganadero aquí ni pincha ni corta en el rollo hipsteriano con que se le presenta. Es el periodista el que, tratando de convertir un artículo sobre carniceros en un hype, termina construyendo un modelo de masculinidad tóxica. Qué vieja y qué británica es esta operación, madre mía, con lo guay que hubiera sido atreverse a escribir una simple declaración de amor a la carne y sus carniceros. Probablemente, otro tipo de hombre se hubiera devanado las meninges para suministrar otro tipo de masculinidad, menos lesiva. Apuesto a que no se trata probablemente de una operación mental consciente, expresa. Simplemente sale a la luz el fondo de armario mental del periodista, profundamente sexista. El lenguaje es taaaaaan delator. Mirad cómo va suministrando perlas de sabiduría:
- El carnicero/idealmasculino como epítome de lo sexual. “Álvaro regenta junto a sus dos hermanos mayores La Finca, la explotación ganadera más sexy de España”. Detesto la sexificación de la vida, que nos lo vendan todo con el sexo. Qué cosa más aburrida. La unidad de destino en lo universal del ser humano es ser sexy. El universo simbólico del carnicero es complicado: alude a la violencia, el asesinato en serie, la deshumanización… «El carnicero», de Chabrol, se sirve esplendidamente de él para construir un personaje tierno y delicado. En «Hechizo de luna», Norman Jewison también se sirve de la brutalidad que se le asocia en el imaginario simbólico para enriquecer el personaje de Nicholas Cage. Es incontestable que el carnicero opera en nuestro imaginario como símbolo de violencia. Que se asocie, aunque sea en este nivel de comprensión tan sutil, con lo sexy me produce sentimientos muy muy muy encontrados. Desde luego yo jamás hubiera puesto el acento en lo sexual, sino en lo humano. Así todos salimos ganando.
- El carnicero/idealmasculino como hombre rico y adornado por los símbolos de la riqueza: no sería tan deseable si fuera un carnicero clase media. El menor de los Jiménez Barbero hoy conduce un BMW, tiene un iPhone 6 y aparece enfundado en un abrigo de Scotch & Soda tras visitar La Tasquería, el restaurante dedicado a la casquería que Javi Estévez está a punto de abrir en Madrid y que servirá carne de La Finca.
- Las mujeres como personas interesadas eminentemente en el dinero del otro. “Si fuera una chica, le daba mi número”, escribe el periodista. Piensa el ladrón, dice el refrán. Hasta el mismísimo de que se nos pinte siempre como las malas zorras que perseguimos el dinero del macho. Como si el interés tuviera sexo.
- Cuando el carnicero es rico y majo, hasta se le puede preguntar por la ropa, ese asunto de chicas que a los hombres de verdad no les interesa nada. “Animados por la efusividad de Applestone hemos decidido formularle algunas preguntas sacadas del cuestionario tipo que tenemos para las entrevistas con maniquís”.
- A la mitad de camino, siente la necesidad de justificar el despropósito: se huele que algo no funciona y ha de explicárselo al lector. “Si hemos convertido hasta a los panaderos en estrellas mediáticas, no se nos ocurre ninguna razón por la que no pudiéramos hacer lo mismo con los carniceros”. Desafortunadamente, New York Times ya realizó la operación de glamourización en 2009 y era igualmente absurda.
Corto y cierro con una frase que me ha llamado la atención. Podemos sustituir carnicería por cualquier consumo del mercado actual, ya que este se basa en la reposición acelerada en cualquier especialidad. Pero no me ha llamado la atención por la perogrullada sino porque, cuando le leía, me vino a la cabeza Groucho Marx.
«Además, como todo el mundo sabe, la carnicería es tendencia: “En cierto modo, la carnicería es uno de los campos en los que actualmente más claramente se pueden describir lo que es tendencia y lo que no”.
Muchas veces me pregunto si esas revistas no tienen como fin la perpetuación de los estereotipos que tan rentables les sale a las marcas y empresas que se dedican a vender todo eso que según ellos «necesitamos».
Siempre me imagino una reunión de todo el equipo de Márquetin, masculino totalmente aunque haya mujeres entre ellos. Estas seguramente estarán hipersexualizadas y tendrán una mala leche directamente proporcional al dolor que les producen sus zapatos de tacón imposible. Alguien propone un artículo en el que no hay estereotipos, en el que se habla de una persona, así, sin más, una persona interesante, profunda, abierta e inteligente a rabiar… Todos quedan por unos segundos en silencio. Al poco suena un teléfono y el director de márquetin mantiene una breve conversación con alguien a quien de vez en cuando contesta con algún monosílabo. Cuelga el teléfono y dice -Nada, ese artículo no interesa… -¿Quién lo dice?, pregunta el autor -el Consorcio Multinacional del Poder para la Creación de Necesidades en la Población Occidental -¡Ah, bueno!
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Además, normalmente la persona que sugiere temas de persona termina con la etiqueta de rara y no integrada y se le achaca no comulgar con el espíritu de la publicación. Cosa en la que llevan toda la razón 😉
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