La construcción de la feminidad en la pedagogía española

El texto que tecleo a continuación pertenece a Juan Ametller Portella, uno de los escritores que en las puertas de la democracia aún escribía sobre la inferioridad mental y biológica de las mujeres. Forma parte de «Pedagogía familiar», publicado en 1968. Mientras en España se educaba a las niñas y niños en este percal que aún colea, en París las mujeres arrojaban los sujetadores a la cara de los que las querían buen sujetas.

«A las hembras hay que cuidarlas con el mismo esmero y cuidado que a los varones, no empantalonarlas, no permitir que jueguen al estilo varón, ni juegos propios de varones, reprimir todo gesto, todo ademán, toda actitud propia del hombre, no tolerarle malas crianzas, como responder varonilmente o con altivez a una reprimenda o advertencia dada. Darle a conocer que esa actitud desdice de toda hembra o niña auténticamente femenina. Eso es muy formativo y convence a la hija. Y así como al varón se le debe impedir el que barra, el que juegue con muñecas, el que friegue, el que corte o cosa, el que gesticule o actúe como mujer; de la misma manera, hay que impedir que la niña o señorita transporte potes, haga mudanzas, mueva pesos en el interior o fuera de la casa, e incluso impedir con todo el rigor posible que se imponga o pretenda dominar al niño varón, así sea él inferior en edad. Fuera de la casa o dentro de ella, hay que evitar que hable recio y en forma imperativa a los hermanos varones, así sean ellos más pequeños; debe evitar también toda hembra juegos con trenes, torres, rompecabezas, juguetes de tipo eléctrico y todo aquel juego o diversión propio exclusivamente de varones. Nunca insistiremos lo suficiente en esto: ni cortes de guerra, ni pantalones, ni cigarrillos».

Las mujeres que siguen queriéndose normativamente femeninas han de ser conscientes de la carga histórica que tal adjetivo conlleva, del espectro ideológico al que se refiere y de la consideración social marcada por el nacionalcatolicismo que reserva a las mujeres femeninas. Si lo supieran, si quisieran leer y estudiar lo que heredamos a través de palabras como esta, no querrían que sus hijas las utilizaran para sí.

Y aunque he sido siempre una furibunda rebelde de la feminidad, pienso, creo, veo y siento que existe cierta categoría de los femenino que quisiera rescatar para mí, para mi familia, para mis amigos, para toda la sociedad. Acaso se está fijando, se está construyendo o percibo yo por vez primera una ética y una política de lo femenino, que quiero desvincular de la determinación biológica, en la que poco a poco voy depositando una esperanza de salvación personal y del mundo.

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