El feminismo blando de la globomedia: cómo nos venden la moto
Pico como tonta en el cebo filosófico de El País y rompo el compromiso conmigo misma de no leer periódicos hasta las elecciones. Error. La lectora con escrúpulos que llevo dentro encuentra enseguida argumento para su cabreo. Se trata del enésimo artículo sobre pop y feminismo, que ocupa portada en las páginas de chascarrillos intrascendentes de El País (revista del sábados) en vez de hacerse hueco en el de análisis concienzudo de los domingos. Consecuentemente, el periodista, al que supongo agotado como lo estamos muchos de tanto llenar y llenar líneas ya no sabemos de qué ni a qué precio, se las apaña para llegar al final del texto colocando opiniones de unos y de otros sin aclarar una cuestión que, y eso sí que es díficil, tampoco ha sido directamente planteada. Para el caso, lo importante es que los cuerpos-reclamo de Beyoncé, Rihanna y Nicki Minaj salen a toda página y que la palabra feminismo sirve de aliño y percha enrollada para el racial pack. Dame veneno que quiero morir. Dame veneno.
Si un analista dominguero con mediano fuste hubiera tenido que escribir un artículo sobre esta insistente aparición de la palabra feminismo en los lugares más insospechados del showbussiness contemporáneo, ¿qué hubiera escrito? Me gustaría muchísimo saberlo. ¿Cómo explicarían este extraño fenómeno las mentes avezadas en desmontar los contextos para explicar los procesos? Sin caer en la tentación de arrogarme la propiedad del movimiento (aunque, padre, confieso que ante estas cosas se me viene a la mente el segundo mandamiento), cuál es el contenido de este feminismo que nos arrojan desde lugares donde el igualitarismo brilla por su ausencia? ¿Dónde encontrar explicación a porqué este cúmulo de cuerpos hiperexpuestos abanderan el feminismo? Como (ex)lectora de periódicos, me deben un contexto. No el blah, blah, blah de corte y pega de rigor. Amigos de El País: si regaláis libros de filosofía a vuestros lectores, ¿por qué publicáis textos que podrían servirle a Cuore?
Pero volvamos a la cuestión. Esta semana también me topo con mil y una alabanzas hacia una nueva campaña de la marca Dove, que se quiere feminista por alentar a las niñas a aceptar su pelo rizado. “Según estudios llevados por Dove, tan sólo cuatro de diez niñas sienten que su cabello rizado es hermoso. Sin embargo, el mensaje es enviado en general a todas las mujeres del mundo para que den el ejemplo y sientan seguridad en sí mismas, y de su belleza natural, sin importar los estándares que dicta la sociedad”. La anterior campaña de Dove, «Love your curves”, abrió la veda de la publicidad-autoayuda para las marcas que quisieran investirse de ángel guardián de las mujeres. Una pena que el mundo nos haya educado para no aceptar caramelos de extraños: más que preocuparse por el bienestar mental de las mujeres, Dove se avalanza sobre un nuevo grupo consumidor detectado por los estudios de mercado que son las mujeres con baja autoestima. Su tamaño es enorme, gigante, pues el sistema capitalista que premia la belleza, la juventud y la delgadez se encarga de producir gran cantidad de mujeres llenas de ansiedad por no encajar en el inalcanzable estándar. Total: nos venden empowerment por la vía de un jabón.
El caso de Dove es bastante paradigmático del toco mocho que el mercado, sus marcas y los medios de comunicación que se sustentan en ellas nos están colocando. La web Sheknows ha bautizado el fenómeno como femvertising (femenine+advertising) y lo describe como aquel por el cual las mujeres demandan más compromiso de las marcas que consumen. Estas producen mensajes que alientan a chicas y mujeres a quererse y a apreciar sus cuerpos porque un 52% de su público cuenta que les influye cómo la marca retrata u trata a las mujeres y porque un 94% de las mujeres cree que la manera en que los anuncios convencionales representan a la mujer es dañino. Nike, Hanes, Olay, Dove, Always, Pantene, Playtex, Covergirl, Underarmour o Sears han puesto en marcha campañas de este estilo. Personalmente recomiendo el de leche Kaiku sin lactosa. No hay palabras. No hay que ser Einstein para sospechar el timo que cobijan estos mensajes publicitarios: dado que la marca no puede respaldar la agenda feminista que busca la representación de distintos cuerpos de cualquier edad porque para vender ha de asociarse siempre a la belleza normativa, la sustituye por un difuso mensaje de autoayuda que no llega ni a feminismo light y lo hace pasar por un compromiso cierto con el igualitarismo. No way, Dove y todos los demás.
El asunto no tendría mayor trascendencia sino fuera porque la idea de que el feminismo se limita al acomodo en el propio cuerpo por parte de las mujeres no estuviera calando tan fuertemente. No seré yo la que diga que la cuestión no es importante, ahora bien. Parece que interesa al sistema convertir lo que siempre ha sido una lucha colectiva, pública, política en un dilema individual, íntimo, psicológico, que la mujer ha de resolver sirviéndose de los benéficos productos y mensajes que el mercado les pone a su disposición. Así, entretenidas en la tarea de amarnos a nosotras mismas, apenas sí nos enteramos de lo que pasa en la plaza pública de la política, que es de lo que se trata. Al patriarcado siempre le ha obsesionado confinarnos en el espacio reducido de lo privado. ¿Qué hay más reducido y privado que el propio cuerpo convertido en cárcel que, encima, debemos amar?
Veo, además, cómo este enclaustramiento se replica en órdenes distintos al íntimo por parte de mujeres supuestamente empoderadas. En octubre pasado leí un artículo interesante titulado “Las conferencias de mujeres poderosas ya no empoderan a nadie”, acerca del la saturación que tenemos ya de ver a las mismas profesionales de éxito dando conferencias y protagonizando simposios que no sirven más que para lavar la cara de las empresas y llenar el bolsillo a las que se prestan al juego. Las charlas sobre empoderamiento se han convertido en otro producto del mercado y la ética de las mujeres que cobran por impartir unas charlas que no van a ningún sitio queda aquí puesta en cuestión. Esas mujeres no tendrían que quedarse en la zona de confort que les provee una audiencia rendida y necesitada, sino forzar la conversación con las empresas para lograr mejoras políticas concretas. Son ellas las que han de romper el techo de cristal y abrir brecha. Son ellas las que han de producir las condiciones que permitan a las mujeres que pagan por escucharlas perseguir su sueño. Seguir ordeñando la vaca del feminismo en petit comité sirve lo mismo que comprar jabones Dove para gustarse más a una misma.
Entre unas cosas y otras, nos desactivan. O nos desactivamos. Es menos comprometido y fastidioso apuntarse al feminismo de baja intensidad, a esa hipnótica autoayuda mente-cuerpo, que militar, reunirse, manifestarse, recoger firmas, plantearse objetivos ambiciosos, presentarse a unas elecciones, ejercer sin traicionar las propias convicciones. Al final, entretenidas en la misma vanidad que nos ha tenido presas por los siglos de los siglos, con una seguridad que se sostiene sobre unos ejes cada vez más precarios, rehuimos cualquier discurso que nos supone poner en cuestión nuestra manera de pensar o de obrar. Descalificamos las ideas que no provienen del paternalismo que sólo nos exige adornar y nos creemos la letal cantinela de que si no hemos logrado lo que soñábamos ha sido porque no somos lo suficientemente buenas. Es cierto: no somos tan listas ni tenemos tanto talento. Pero somos más bellas. Y estamos enamoradas de nosotras mismas. Tenemos la autoestima por las nubes. Ja-ja.
Mientras aprendemos a ser bellas dentro de los estándares de la sensatez rectora, a amar nuestra cara naturalmente maquillada y a sentirnos bien en nuestra piel (¡qué perverso quien nos haya enseñado lo contrario!) gracias a los consejos de tantas marcas, revistas y programas de la tele, suceden cosas como esta:
Es cuando menos curioso que mientras Emma Watson lee sus discursos bienintencionados, no lo dudo, pero escasos de concreciones, las mujeres que se sientan en las mesas de negociación se vean tan desasistidas de poder e influencia. ¿Por qué no son estas mujeres las que dan los discursos? ¿Qué propósito tiene dejar que una jovencita abandere una causa de la que le dejan saber poco más que eslóganes? ¿Por qué a las instituciones no les interesa dar la palabra a las feministas reales?
Nadie parece querer tomarse en serio el feminismo (la igualdad). La palabra va, como la falsa moneda, de mano en mano. La manosean las celebrities, la moda, las revistas, los telediarios, las instituciones… pero queda en un mero adorno vacío. Las famosas y las marcas se llenan la boca con un feminismo vacío de contenido porque ese es el único que la globomedia patriarcal está dispuesta a respaldar. No-se-pue-de-cues-tio-nar-quién-de-ten-ta-el-po-der. A las mujeres nos vamos despertando del sueño de las idénticas, nos conceden el sucedáneo del feminismo de autoayuda que confina a la mujer en el armario de su propio yo; el de la hipersexualidad falsamente subversiva que modela a las mujeres para la mirada masculina; o el inocuo consuelo del feminismo de salón de las conferenciantes profesionales y académicas. ¿Cómo va El País a tomarse el feminismo (la igualdad) en serio, a contravenir el discurso oficial elaborado por el sistema que le sustenta? El feminismo, para El País y para todos los demás periódicos, es un chascarrillo, una broma, una extravagancia de las mujeres que no va a ninguna parte.
Ese es el compromiso que tiene el sistema para terminar con la violencia de la desigualdad. Un chiste.
tooooinch!! en el centro de la diana.
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BRAVA
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Una grata sorpresa ha sido su blog, desde que mi hermana publicó en facebook la entrada sobre Cristina Pedroche. Plasma por escrito ideas que muchas y muchos compartimos, y que no suelen tener cabida en el mainstream.
¿Entre la bibliografía sobre feminismo que le recomiendan en el máster, hay alguna autora lusófona?
Saludos y a seguir en la lucha.
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Tendría que repasar papeles! Lo haré. Pero si tienes alguien en mente, me gustaría conocerla…
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Las feministas son tan inocentes que hasta creen que ha sido su esfuerzo, trabajo y sacrificio los responsables de que el feminismo haya tenido fuerza e influencia en los últimos 20 años y no se dan cuenta que sólo fueron utilizadas por ese mismo sistema capitalista que critican para que les hiciera el trabajo sucio.
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Las feministas siempre pecan de inocentes, usando esa terminología tan éticamente masculina que traes aquí. Creen en la buena voluntad del hombre con poder, creen en los programas seudolibertarios de los partidos de izquierda, creen en las cuotas que les abren los consejos de administración, creen en las ministas y en las lideresas. Todo es un timo. ¿Crees que no lo sabemos? Lo sabemos. Pero una manera de cambiar el mundo es no repetir los comportamientos bajos, mentiras y zafiedades, del mundo que pretendemos cambiar. Será más lento y doloroso, pero será. Y lo lograremos de otra manera, no como la tradición de la guerra quisiera. No nos minusvalores porque no nos entiendas. A mí no me duelen las feministas, son listas y profundamente antisistema. Me duelen las mujeres y los hombres tan atareados con sus vidas que no terminan de darse cuenta del matrix neoliberal que nos ha convertido en esclavos. Tan inocentes son esas mujeres que se tragan el feminismo de salón como los hombres que se dejan la vida en producir para la máquina. Nada se consigue sin interés del sistema, pero en ese tira y afloja las feministas han ido consiguiendo cosas que te puedo asegurar al sistema no le interesan nada. Por ejemplo: la educación. Por ahí hará aguas este montaje vil: cuanto más sabemos las mujeres, menos colaboramos. Te animo a que te cojas un buen libro de historia del feminismo: entenderás la naturaleza distinta de los medios y los fines de la lucha de las mujeres. Entenderás que haya muchos hombres genuinamente libres que disienten de la misma manera y verás los logros antisistema que las mujeres han ido consiguiendo hasta llegar aquí. El feminismo es mucho más que el aborto, los permisos de maternidad y las cuotas.
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A mí me gustaría mucho que el análisis sesudo lo hicieras tú, porque es una cuestión compleja.
– ¿Es criticable que enarbolen la bandera feminista mientras perpetúan la cosificación de la mujer? ¿Quiénes somos los demás para excluirlas del club del feminismo correcto? ¿Cómo no caer en el clasismo y racismo de posturas como la de Lou Doillon https://www.facebook.com/SModa.es/posts/660221160746724?
– ¿Deberíamos agradecer que le estén dando una pátina de «guay» y «cool» al feminismo desde el espacio privilegiado y con gran impacto mediático que ellas ocupan, que como diría Lola Flores, su trabajo les ha costao?
– ¿Cómo se analiza su postura y sus acciones sin poder ponernos en su lugar?
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Pues a ver… «Criticable». Entiendo por criticable no el común «poner verde» sino mantener una posición crítica, cuestionar. Todo es criticable, empezando por todo lo que escribo en mi blog, que es producto de mi posición y, por tanto, sujeto a crítica desde todas las otras. Las revistas femeninas, y yo trabajo para ellas, viven precisamente de la distinta posición de hombres y mujeres en sociedad: venden los servicios y productos que permiten que las mujeres performemos lo femenino, lo que nos distingue de los hombres. Simbólicamente, producen la sujeción de las mujeres a las normas de la belleza (Naomi Klein y el burka occidental, etc). No enarbolan la bandera feminista porque esa expresión denota militancia, y militar en el feminismo iría en contra de su existencia misma. Lo que hacen es responder a una creciente demanda de las mujeres por la igualdad empaquetando el producto «feminismo» a su conveniencia, esto es, debidamente aligerado y enfocado a los temas del cuerpo que es su negocio. Es un estrategia bien conocida del capitalismo para desactivar cualquier disidencia: la subsumen y venden su sucedáneo. Dicho esto, soy de las que opinan que hay que usar cualquier altavoz que se ponga a tiro para suministrar un discurso subversivo a las lectoras, aunque desde el ámbito académico las revistas se consideran «un producto periodístico devaluado» (https://genericidios.wordpress.com/2015/03/03/las-revistas-femeninas-como-producto-periodistico-devaluado-las-barbificaciones-de-vogue/). Pero, en fin, siendo consciente de que el discurso feminista está siendo usado como reclamo para vender precisamente lo contrario de lo que defiende. Sobre ese argumento de «quiénes somos nosotras» y «el club del feminismo correcto», parece que termina usándose como una manera de controlar el disenso y de todos modos parte de la premisa de que la crítica se realiza desde «lo que está bien» y «lo que está mal». Yo veo más bien una enorme zona de grises en la que nos vamos moviendo según nuestra conveniencia, estrategia, compromiso ético y posibilidad. Me parece importante que cada persona pueda tener una posición crítica ante los discursos que le impactan, venga de donde vengan. El contenido de ese «crítica» ha de quedar para cada persona, pero sólo el ejercicio de distanciarse y no disponerse pasivamente a recibir las instrucciones de los medios de comunicación ya me parece un triunfo. De hecho, el curriculo escolar tendrá en breve formación en lo que llaman «educación mediática» para que los niños no se dejen bambolear tan fácilmente por los medios como nos hemos dejado las generaciones anteriores. No sé si te contesto…
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